martes, 3 de diciembre de 2013

Los primeros rayos-X


 

"Ni los rayos X acusan una novedad tan grande como se cree, ni mucho menos representan en Medicina un descubrimiento tan útil como se piensa. Porque no pueden abrigarse esperanzas de obtener retratos del cerebro dentro del cráneo, de los pulmones dentro del tórax y de las vísceras abdominales dentro de la pelvis. Tales exageradas ilusiones son propias de algunos espíritus cándidos y excesivamente creyentes". Profesor Royo Villanova, Revista de Medicina y Cirugía Prácticas, 1896.
Sin duda, pocos descubrimientos han producido la fascinación y el interés inmediato, tanto entre los científicos como en el público, que despertó el hallazgo reportado por Roentgen los primeros días de 1896: una nueva forma de energía, que no se podía sentir, ni degustar, ni ver, ni oír, pero capaz de atravesar no sólo la carne humana, sino hasta las paredes, amenazando con acabar para siempre con la vida privada y la intimidad. Muchos investigadores cambiaron el curso de sus trabajos y se dedicaron con furor al estudio y utilización de los rayos del físico alemán de modo tal que un mes después del anuncio, algunos cirujanos de Estados Unidos y de Europa se guiaban por radiografías para realizar su trabajo. Pero los usos no se limitaron al campo de la Medicina, hubo otros más disparatados, incluyendo sesiones de ocultismo, que fueron ideados en todo el mundo para divertir a los curiosos y engordar los bolsillos de los feriantes: el mismo Roentgen estaba indignado ante el uso desaprensivo que se hacía de su descubrimiento.
Los rayos X fueron recibidos sin ningún tipo de desconfianza, y utilizados sin restricciones, esta amplia difusión hizo que las lesiones provocadas por ellos se percibieran y reportaran casi desde el comienzo. Pero los investigadores no estaban muy seguros de cuál era la causa de los incidentes cutáneos observados, que ellos llamaban "golpes de sol o insolaciones eléctricas". Hay que considerar que también hubo víctimas de la alta tensión, tal es el caso del Dr. François Jaugeas, Jefe de Laboratorio de Radiología del Hospital de París, electrocutado en 1919 en el transcurso de un examen radioscópico.
Wilhelm Conrad Roentgen, de 50 años, rector de la Universidad de Würtzburgo era, a fines del año 1895, uno de los físicos dedicados a investigar el comportamiento de los rayos catódicos en un tubo de descarga gaseosa de alto voltaje. Para evitar la fluorescencia que se producía en las paredes de vidrio del tubo, lo había envuelto con una cubierta de cartón negro. Entre los objetos que estaban en su laboratorio figuraba una pequeña lámina impregnada con una solución de cristales de platino-cianuro de bario, que por la luminiscencia amarillo-verdosa que producía al ser tocada por la luz de los rayos catódicos, era una sustancia frecuentemente empleada por los investigadores. Una tarde, al conectar por última vez el carrete de Ruhmkorff a su tubo, descubrió que se iluminaba el cartón con platino-cianuro de bario que se hallaba fuera del alcance de los rayos emitidos, los cuales, en el mejor de los casos, se atenuaban a unos 8 cm de la placa obturadora. Esta débil luminiscencia seguía siendo visible aún en el otro extremo del laboratorio, a casi dos metros del tubo envuelto en cartón negro. Roentgen era daltónico y no distinguía los colores de las insignias de sus alumnos en las fiestas de la Universidad, pero eso no le impidió ver claramente la luz verde emitida por el cartón, y, dada su mentalidad de investigador meticuloso, no podía dejar pasar este fenómeno sin tratar de averiguar la causa. Supuso que interponiendo un objeto entre la luz invisible y el cartón fluorescente que la reflejaba, debería verse su sombra. Tenía un mazo de cartas en el bolsillo; descubrió, para su sorpresa, que aún poniéndolo entero, apenas se producía una sombra. Un libro grueso de mil páginas sólo redujo levemente la luminiscencia del cartón con platino-cianuro de bario. De modo que esta nueva radiación no sólo era invisible, sino que además tenía la facultad de atravesar los cuerpos opacos. Como diría años después el propio Roentgen, aquél fue "un regalo maravilloso de la naturaleza".
Con el paso de los días Roentgen tuvo la necesidad de documentar sus experimentos y pensó en fotografiar la pantalla fluorescente donde se reproducía en forma curiosa la silueta de los objetos interpuestos: el cuadrante y la aguja magnética de su brújula, el cañón de la escopeta arrinconada contra la pared, la moldura y los goznes de la puerta del laboratorio. Entonces hizo un nuevo descubrimiento: la caja de placas fotográficas que tenía sobre la mesa estaba completamente velada. Su intuición le dijo que los nuevos rayos habían atravesado la caja y el envoltorio que protegían a las placas de la luz y habían actuado también sobre la emulsión. Para comprobarlo colocó la caja de madera que contenía las pesas de bronce de su balanza de precisión sobre una placa fotográfica envuelta en su papel negro protector, conectó su tubo y esperó. Al revelarla, encontró la reproducción exacta de las pesas metálicas, sin embargo, la caja de madera había desaparecido. El descubrimiento más excitante se produjo cuando Roentgen interpuso su propia mano entre el tubo y la pantalla y comprobó que, si bien los tejidos blandos eran atravesados por la radiación, el esqueleto se representaba nítidamente. El 22 de diciembre de 1895 le pidió a su esposa Bertha que colocase la mano sobre la placa de cristal y luego de 15 minutos de exposición, los huesos de la mano y el anillo de casada de Bertha aparecieron en la placa recién revelada. Ver su esqueleto le produjo a Frau Roentgen un gran impacto y temor, lo sintió como una premonición de la muerte.
Ya en marzo de 1896, las cartas a los editores de revistas científicas de los Estados Unidos empezaron a señalar hechos reveladores sobre la acción biológica de los rayos X. Thomas Alva Edison, una vez que tuvo conocimiento de la comunicación de Roentgen a la Academia de Würtzburgo, construyó su propio aparato. Edison pronto reportó irritación en los ojos por trabajar con tubos "a fluorescencia", y aunque no estaba seguro de que se debiera a los rayos X, recomendó no usarlos en forma continua. Desgraciadamente, no evitó la sobreexposición de su asistente, Clarence M. Dally, que era el que ponía las manos en el fluoroscopio durante las demostraciones en público. Dally, que era zurdo, sufrió una radiodermitis que lo llevó a la amputación de la mano izquierda, además de caída del cabello de la frente y las cejas y eritema; finalmente, moriría como resultado de las radiaciones en 1904.
El 10 de abril de 1896, J. Daniel informó sobre una depilación que sobrevino en un paciente veinte días después de la larga búsqueda de un proyectil en el cráneo. Asimismo, en julio de 1896, Mr. William Levy, de Eau Claire, Wisconsin, exigió conocer el emplazamiento de una bala que había recibido en la cabeza diez años antes; el Profesor Fred S. Jones del Laboratorio de Física de la Universidad de Minesota efectuó dos radiografías sobre este paciente, que llegó a las ocho de la mañana y se retiró a las diez de la noche: sus cabellos se cayeron en los días siguientes del lado derecho de la cabeza, donde estaba fijado el tubo, la oreja derecha se inflamó con aspecto de congelamiento, y se observaron igualmente lesiones en la cabeza, la boca y la garganta, sin embargo, Mr. Levy demandó una nueva vuelta por los rayos X justo antes de la intervención destinada a retirar la bala.
A pesar de la cantidad de incidentes reportados, la opinión que prevalecía entre los científicos era que las lesiones de la piel no estaban causadas por los rayos X, sino más bien por otros factores relacionados, como la luz ultravioleta, los rayos catódicos, la inducción eléctrica, la oxidación por ozono, la idiosincrasia del paciente o fallas técnicas. Pero los reportes eran tan persistentes y tan numerosos que un físico americano, Elihu Thomson, para despejar las dudas, decidió verificar sobre sí mismo la acción de los rayos en los tejidos vivos. Expuso el dedo meñique de su mano izquierda durante media hora por día al tubo de Crookes que poseía. Durante una semana no se produjo ningún efecto y su piel permaneció intacta. Pero después de un cierto tiempo el dedo enrojeció, se puso extrañamente sensible, hinchado y doloroso, y dos tercios de la parte expuesta estaban afectados por una flictena que se extendía cada día. Diecisiete días después de la exposición el dedo todavía se veía mal, pero empezaba a mostrar una tendencia a la curación, la acción destructiva no se había extendido más allá de la superficie y se limitaba a la parte expuesta. El dedo vecino, menos directamente irradiado, se puso rojo y doloroso, pero sin flictena y curó rápidamente. Para responder a las objeciones de quienes aún no estaban seguros, Thomson repitió la experiencia con otro dedo, pero cubriéndolo de plomo, salvo a nivel de una pequeña ventana: la radiolesión no apareció más que en el sitio no protegido. Un resumen de sus experimentos apareció en American X Ray Journal de noviembre de 1898.
Nikola Tesla, ingeniero electrónico, publicó en mayo de 1897 en "Electrical Review" el experimento que efectuó sobre la piel de sus manos: constató que los efectos eran netamente atenuados si se interponía una placa de aluminio conectada a tierra entre el tubo y la región irradiada y atribuyó estos efectos a la electricidad estática. Elihu Thomson también opinó que una pantalla metálica protegía de una manera eficaz, pero, como la interposición de tal pantalla aumentaba el tiempo de exposición, se preguntaba si habría un verdadero beneficio en tanto no se pudiera encontrar una pantalla que separase los rayos útiles de los que eran absorbidos por la piel.
El primer estudio sistemático de los accidentes que sobrevinieron después de 1896 figura en un destacado reporte de los médicos franceses Oudin, Barthélemy y Darier, comunicación hecha en el 12º Congreso Internacional de Medicina en Moscú (19 al 26 de agosto de 1897) y publicado en la France Medicale de 1898, Nº 8 a 12. Oudin, Barthélemy y Darier recolectaron en su reporte 50 accidentes provenientes de todos los países. Incitan a trabajar con mucha prudencia, pero señalan que el número de accidentes es mucho menor que el causado, por ejemplo, por el cloroformo. Sus casos sólo conciernen a lesiones cutáneas, las únicas aparentes en aquella época. Si bien estos autores tuvieron el mérito de dirigir la atención sobre las radiolesiones, y por consiguiente poner en guardia a los investigadores del mundo entero, no hablaron más que de lo que podían constatar, es decir, de las alteraciones cutáneas. La acción sobre los órganos profundos y sobre el tejido hematopoyético era completamente desconocida en esta fecha.
Hasta la década de 1940 cientos de mujeres fueron tratadas con rayos X para deshacerse de por vida del vello sobrante. A la vez que aparecían diversos aparatos de rayos X para curar tejidos enfermos o simplemente para ver el interior del cuerpo humano, (con múltiples fines, véase Shoe-fitting fluoroscope) también se comprobaba que el vello de la zona donde se aplicaba esta radiación, se eliminaba cayendo por sí solo. El negocio estaba hecho, se elaboraría un tubo con las propiedades de eliminar el dichoso vello del bigote y la barbilla, las mujeres acudirían en masa ante este invento revolucionario y todos los centros de belleza del país primero y quizá del mundo entero después, se harían con un tubo cornell. Albert C. Geyser creó este tubo en 1905, su incansable estudio de los rayos X le supuso la amputación de varios de sus dedos a consecuencia de un cáncer. Finalmente perdió su mano derecha. A pesar de todo, Geyser siguió adelante con su invento asegurándolo con una gran barrera de vidrio de plomo que frenaría la agresividad de esta radiación. Vendía el tubo Cornell como un invento que permitiría a las mujeres tener una piel “blanca, impecable y sin vello”. Su empresa Tricho Systems consiguió en pocos años una red de salones de belleza, a los que prestó su maravilloso invento. Las mujeres acudían interesadas en un método no doloroso, al contrario de los ya existentes. Sus terapias consistían en unas 20 sesiones de radiación.
1.         El sistema Tricho elimina el vello superfluo de forma permanente.
2.         Sin dolor no hay inconveniente. Los tratamientos están libres de cualquier sensación.
3.         Los tratamientos duran sólo unos pocos minutos.
4.         Los tratamientos se aplican cada dos semanas.
5.         Quince tratamientos son suficientes en la gran mayoría de los casos.
6.         No aparecen cicatrices ni otras lesiones en la piel más delicada.
7.         Todos los tratamientos son administrados por operadores instruidos personalmente por Albert C. Geyser.
8.         Avalado por médicos y expertos en belleza.
9.         Comprobado científicamente.
10.       Eliminación permanente del vello superfluo garantizada.
 En 1929, una revista médica publica un artículo alertando a todos los médicos y propietarios de salones de belleza advirtiendo de los peligros de esta máquina. Se pidió detener inmediatamente el uso de los equipos de rayos X. Poco después se derrumbó Tricho Systems, debido a las numerosas denuncias que recibieron de clientes descontentos. Pero, la desaparición de Tricho solo consiguió que se desarrollaran otros dispositivos parecidos con los mismos efectos secundarios.  Una gran dosis de radiación podía ser fatal, pero en pequeñas dosis sus efectos no se perciben hasta pasados muchos años. Con el tiempo, este daño fue manifestándose como falta de pigmentación, arrugas, queratosis, ulceraciones y más tarde aparecería el cáncer y probablemente la muerte.  La media de tiempo que pasa entre la exposición a los rayos X y el diagnóstico de cáncer de piel es de 20 años aproximadamente. Para el 1940 los efectos a largo plazo del uso de rayos X para tratar el exceso de pelo y otras enfermedades de la piel se hicieron evidentes. Con mucho retraso, las autoridades se vieron obligadas a actuar. Por desgracia, el cierre de todos los establecimientos les llevaría muchos años ya que muchos estaban dirigidos por empresarios individuales con los clientes ganados por el boca a boca. Artículos y reportajes en periódicos, revistas y libros advirtiendo de los peligros de los tratamientos ayudaron a acabar con el negocio y, por fin, la última de las máquinas cesó su labor. Los informes de las mujeres lesionadas por tratamientos con Tricho aparecieron en las revistas médicas en la década de 1940.
http://www.monografias.com/trabajos3/radiomed/radiomed.shtml

 
 

2 comentarios:

  1. Sin duda un tema interesante por las múltiples repercusiones que tuvo, tanto a nivel científico y médico como su uso como parte de espectáculos y atracciones. A mí me parece fascinante el trato que los rayos X tuvieron en la cultura popular. Se puede hablar largo y tendido, pero he aquí algunos apuntes divertidos: http://enarchenhologos.blogspot.com.es/2011/10/amb-raigs-x-als-ulls.html

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