El silencio que nombramos en singular, concebido como algo abstracto, no se nos muestra, pues es significado y no significante y sólo el significante, por definición, se muestra. Por eso, exige el silencio en singular que lo nombremos para, a través del nombre, evocarlo, hacerlo presente como si se tratara de una entidad mítica. Por eso, lo escribo también con mayúscula. El Silencio es el nombre que damos no a algo que aparece, a un fenómeno, sino a algo que no aparece, a la no aparición o desaparición. Esto otorga automáticamente al Silencio connotaciones metafísicas y existenciales, viniendo así a ser la metáfora de lo inefable o inexpresable.
Encontramos ese silencio nombrado en la poesía y en la religión. Veamos como ejemplo el texto de una canción del indio argentino Atahualpa Yupanqui que dice:
Encontramos ese silencio nombrado en la poesía y en la religión. Veamos como ejemplo el texto de una canción del indio argentino Atahualpa Yupanqui que dice:
Le tengo rabia al silencio
por lo mucho que perdí.
Que no se quede callado
quien quiera vivir feliz.
Un día monté a caballo
y en la selva me metí
y sentí que un gran silencio
crecía dentro de mí.
Hay silencio en mi guitarra
cuando canto el garabí
y lo mejor de mi canto
se queda dentro de mi.
La sustancial oquedad del silencio se convierte, estrofa tras estrofa, en una especie de fuerza cósmica misteriosa que posee un profundo carácter existencial para la etnia del indio hispano. El silencio humano, la condición taciturna del indio, es utilizada por Yupanqui como significante poético de algo mucho más hondo y arcano. Es sabido que en las concepciones míticas de los indios se habla del Gran Silencio, como algo sobrenatural, a la vez sobrehumano e intrahumano. La palabra «silencio» es usada para movilizar todo el haz de connotaciones que es capaz de sugerir, logrando así esa «honda palpitación del espíritu» que, según Antonio Machado, caracteriza a la poesía. Y hablando de Machado, el poeta sevillano utiliza por su parte, en varias ocasiones, la palabra silencio como significante para dar solidez a la hueca e inadvertida realidad de la ausencia de sonido, como un marco espacio-temporal en el cual, por contraste, el sonido real se haga aún más real. Así en un ejemplo de «Soledades, galerías y otros poemas»:
Rechinó en la vieja cancela mi llave:
con agrio ruido abrióse la puerta
de hierro mohoso, y, al cerrarse, grave,
golpeó el silencio de la tarde muerta.
con agrio ruido abrióse la puerta
de hierro mohoso, y, al cerrarse, grave,
golpeó el silencio de la tarde muerta.
El silencio, que ya no es un silencio humano, sino el silencio del parque solitario al caer la tarde, sirve de marco y realza el ruido del abrir la verja, a lo cual contribuyen una serie de efectos fonéticos y semánticos, como es la aliteración a base de palabras con sonido de R. El silencio se conecta fácilmente con los adjetivos viejo y grave, con la tarde y con el calificativo de muerta, atribuido a ésta. Silencio y muerte son dos ideas mutuamente connotadoras. En el poema titulado «En el entierro de un amigo», realza Machado el ruido del ataúd depositado en la fosa, diciendo:
Y al reposar sonó con recio golpe,
solemne en el silencio.
Ni una sola vez se utiliza la palabra «muerte» en este poema, cuyos significantes todos están, sin embargo, enlazados por el contenido de esa idea.
Otro ejemplo de la connotación zanática del silencio lo da el otro gran poeta andaluz, García Lorca, en su poema titulado «¡Cigarra!»:
Todo lo vivo que pasa Con habla de pensamiento.
por las puertas de la muerte Sin sonidos... Tristemente,
va con la cabeza baja cubierto con el silencio
y un aire blanco durmiente. que es el manto de la muerte.
El uso del contraste entre el sonido y el silencio, permite a Lorca convertir al silencio en protagonista propio del poema. El silencio es, al mismo tiempo, un «habla de pensamiento», el silenciamiento del significante. Mientras Machado utilizaba el silencio como marco para realzar el sonido, García Lorca utiliza el sonido para dar entidad objetiva y aun personal al silencio. Veamos un ejemplo de «Canción primaveral» (1919):
Salen los niños alegres
de la escuela,
poniendo en el aire tibio
del abril canciones tiernas
¡Qué alegria tiene el hondo
silencio de la calleja!
Un silencio hecho pedazos
por risas de plata nueva.
Lorca gusta de utilizar el silencio como fuerza cósmica, a la manera de los mitos del origen del mundo. Así, en «Hora de estrellas» (1920) habla de «El silencio redondo de la noche sobre el pentagrama del infinito». Y en el pequeño poema titulado justamente «El silencio», escribe:
Oye, hijo mío, el silencio.
Es un silencio ondulado,
un silencio,
donde resbalan valles y ecos
y que inclina las frentes
hacia el suelo.
Es un silencio ondulado,
un silencio,
donde resbalan valles y ecos
y que inclina las frentes
hacia el suelo.
Ese «inclinar de las frentes» recuerda, otra vez, ligeramente, la connotación existencial de la finitud, que es una variante de la idea de muerte. Veamos un último ejemplo de su «Elegía al silencio» en el que éste se hace más sonido que el propio sonido:
Huyendo del sonido
eres sonido mismo,
espectro de armonía,
humo de grito y canto.
eres sonido mismo,
espectro de armonía,
humo de grito y canto.
Y termina el poema haciendo del silencio el ámbito original anterior al tiempo y a las cosas del mundo:
Vuelve a tu manantial,
donde en la noche eterna
antes que Dios y el tiempo
manabas sosegado.
donde en la noche eterna
antes que Dios y el tiempo
manabas sosegado.
En la estructura sígnica, el significante se distingue del significado por la presencia empírica del primero y la ausencia del segundo. Por eso, el significante, que en la concepción saussuriana es una representación mental del signo como algo visible, audible o tangible (todos imaginamos oír las mismas palabras y ver o tocar los mismos símbolos), induce a pensar en una univocidad correlativa de significado, que no existe, pero que la autoridad de la lengua, el poder sígnico del discurso oficial, tratan de hacernos creer, imponiéndonos un sentido y obligándonos a silenciar los demás. Todo discurso social es una lucha en la que la tradición lingüística y los detentores del poder significante imponen ciertos sentidos y silencian otros. Un sistema político legítimo se distingue del que no lo es por su poder de imponer, sin violencias físicas, el aparente consenso de los signos. Sólo cuando la legitimidad del poder desaparece se hace corriente «la dialéctica de los puños y de las pistolas», según la expresión de José Antonio Primo de Rivera. De lo que Franco y su prensa dijo durante más de cuarenta años, nadie creyó nada. La respuesta civilizada y lingüística a los puños y las pistolas, expresivos de la impotencia de un poder ilegítimo, son los juegos de sentido del humor y la sátira, género literario favorito de los oprimidos políticos. Por otra parte, el quid del lenguaje de la poesía lírica es justamente romper la univocidad del signo aun en situaciones sociales de paz y legitimidad.
Si la univocidad de términos positivos es engañosa, más aún lo es -contra lo que pudiera parecer- la de los significantes de lo negativo y de la ausencia, como es el silencio. La engañosa unicidad de la palabra «silencio» oculta toda una serie de significados huidizos como los peces en un río. La denominación de «silencio» en los trozos de poemas mencionados es, sin embargo, huidiza de una manera especial. Se utiliza el término silencio para designar, sin duda, algo que carece de término propio, que es de suyo indecible y cuyo sentido se pretende vislumbrar, pero jamás poseer. El Silencio de Yupanqui, Lorca y Machado es una metáfora, pero una metáfora de índole especial. Como Michel Le Guern afirma en su análisis sobre los motivos de la metáfora, existe una diferencia esencial entre aquella metáfora en la que los dos sentidos o referencias conectados están a nuestro alcance (por ejemplo, cuando hablamos del oro de los cabellos o del corazón de piedra), y la metáfora que utiliza el nombre de algo fácilmente distinguible (en este caso la ausencia de ruido, de sonido y de palabras) para apuntar, más que designar, a algo que desborda al lenguaje, diciendo lo indecible. Ese tipo de metáfora, que funciona como una ventana en la cárcel de la lengua, es característico del lenguaje místico y religioso, pero también de la poesía lírica y de la especulatión metafísica.
EL SIGNIFICADO DEL SILENCIO Y EL SILENCIO DEL SIGNIFICADO: José Luis Ramírez
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