jueves, 10 de junio de 2010

La ilusión latente

En la medida en que la ilusión envuelve una anticipación, una expectativa, en que tiene un carácter futurizo, le pertenece intrínsecamente una referencia a lo que está ausente; por lo menos, todavía ausente, porque no ha llegado —un día, por ejemplo— o porque no he llegado yo al objeto de la ilusión. En ese sentido, siempre hay en la ilusión un elemento de latencia, que es una incitación a que eso latente se patentice y manifieste.

No sería excesivo ni inoportuno traer a este contexto el sentido griego de la verdad como alétheia, descubrimiento, desvelamiento, manifestación o patencia. El conocimiento se moviliza por el deseo de llegar a la verdad, es decir, de quitar el velo que cubre o encubre la realidad, para dejarla descubierta y manifiesta. La forma plena de ese deseo es precisamente la ilusión; y creo que la vocación intelectual depende en grado altísimo de que esté vivificada o no por la ilusión.


Al comienzo de su Metafísica, Aristóteles dice que todos los hombres tienden por naturaleza a saber, y pone como muestra de ello el gusto que tienen por las percepciones, por la aísthesis, y sobre todo por la visión, por la que viene de los ojos. La palabra que usa Aristóteles es órexis, que suele traducirse por 'deseo', 'apetito' o 'tendencia'. ¿No sería adecuado traducirla, ya que se puede en español, por 'ilusión'? Aristóteles añade: «Pues no sólo para nuestros quehaceres, sino también cuando no vamos a hacer nada, preferimos el ver, por así decirlo, a todos los demás sentidos. Y la causa es que nos hace más notorias las cosas y pone de manifiesto muchas diferencias. » Ese carácter inutilitario, ese interés por ver las cosas «cuando no vamos a hacer nada», por ellas mismas, ¿no va admirablemente bien al sentido que, más de dos milenios después, iba a adquirir la palabra española ilusión?


Todavía se podría ir más lejos. La famosa palabra filosofía, entendida tradicionalmente como «amor a la sabiduría», en algunos casos como «afición», ¿no podría interpretarse como ilusión por saber? ¿No incluiría esta traducción el elemento de complacencia en la realidad, que me parece esencial? Y no es esto solo. Explicaría el carácter personal de la filosofía, el hecho de que no consiste en sus resultados, en lo «conocido», en las tesis a que pudiera reducirse, sino que es primariamente un hacer del hombre, en que éste queda envuelto, ligado a su trayectoria biográfica.

No se puede olvidar la incitación que tiene que acompañar a la latencia para que nos mueva a preguntarnos por ella, a intentar arrancarle su velo y descubrirla. Sin ella, no se moviliza el pensamiento, al menos el pensamiento en sentido riguroso, el filosófico. La infrecuencia de la ilusión en la actividad intelectual de algunas épocas —sin ir más lejos, la nuestra— explicaría la relativa esterilidad de una gran porción del trabajo acumulado.


En este sentido, alguna forma de ausencia se da siempre en la ilusión, aunque se parta de la presencia que impulsa a ir más allá. El quehacer o tarea que nos ilusiona nos remite a lo que no está dado; el viaje por el cual sentimos ilusión es por lo pronto un proyecto, y ese carácter lo conserva mientras se está realizando. La persona —realidad viniente, nunca «dada», por muy presente que esté— se dilata hacia el futuro, y la ilusión por ella consiste muy principalmente en su descubrimiento.

Esto diferencia la ilusión del «gusto», el «placer», etcétera. No es que estos elementos sean ajenos a la ilusión, pero a lo sumo la acompañan, son concomitantes; la ilusión no consiste en ellos. Todo lo que se reduzca a lo actual, presente, dado, poseído, es ajeno a la ilusión. Podemos caracterizarla por incluir un horizonte de latencia, de donde le viene su condición programática y su interna necesidad de continuidad, de perduración, en principio ilimitada. Y como esto no es seguro, a la ilusión le pertenece inexorablemente la amenaza, no ya de su incumplimiento, sino de que le sobrevenga su anulación interna: como la sombra al cuerpo, acompaña a la ilusión el fantasma de la desilusión, y ello refuerza su dramatismo.


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