La palabra limbus significa margen o linde, y hace referencia a una zona marginal del infierno. Inspiraba miedo porque se hablaba de él como un lugar sin esperanza. No obstante, comparándolo con el purgatorio, parece soportable. En el purgatorio las almas sufren en principio las mismas penas que los que están en el infierno. A diferencia de éstos y de los que están en el limbo, de vez en cuando tienen la esperanza de que el horror terminará alguna vez. Así, por una parte, el purgatorio se muestra como un compromiso entre la escatología de Orígenes y la de Agustín y, por otra, rompe el principio fundamental de que con la muerte ya no es posible ningún cambio de estatus moral ante Dios.
No sólo el delincuente puede estar activo en el proceso de purificación, sino que también los que le sobreviven pueden hacerlo. Desde la Edad Media la doctrina del purgatorio se convierte en un factor de significado marcadamente mercantil. Para protegerse a sí mismo del purgatorio y anticiparse a salvar a los suyos del fuego purificador, existía la posibilidad de donar “útiles espirituales” en forma de objetos sagrados o incluso conventos o iglesias; se podía encargar misas a los sacerdotes a cambio de una remuneración. El motivo: un miedo inimaginable ante el tenebroso más allá. Naturalmente sólo los católicos debían tener este miedo. Los ortodoxos no conocen el purgatorio, ni los protestantes. Allí siempre ha dominado la teoría de Orígenes de la apocatástasis; y también faltaba la doctrina del pecado original y se criticaba su falta de base doctrinal en las escrituras. Los reformadores también lo hicieron. Además, se escandalizaron de la idea de beneficio que veían detrás de los auxilios para los difuntos. Los latinos, en cambio, se dejaban guiar por un pensamiento estrictamente jurídico. Con la modernidad empezó un proceso que Michael N. Ebertz llamó irónicamente “la civilización de Dios”. Mientras los predicadores, siguiendo la pedagogía conservadora de habitual, hacían la vida imposible a sus oyentes, los teólogos tenían en mente suavizar el rigorismo escatológico. Esta tendencia culminó en la segunda mitad del siglo pasado: Dios ya no es el jurista supremo, sino el amor máximo. Se impone una “despenalización” del más allá (Ebertz).
Cierto que todos los teólogos sostienen la existencia del infierno, ya que de otro modo no se aguantaría la realidad de la libertad del individuo. El infierno se vuelve una posibilidad real para los que se apartan voluntariamente y de forma definitiva de Dios. Está por ver si existen estas personas. De esta tendencia a suavizar las cosas se aprovechan el limbus puerorum y el purgatorium. Se cuestiona completamente la existencia del limbo. El punto final hasta el momento lo establece el estudio de la Comisión Papal de teólogos del año 2007. El purgatorio, antes un lugar exactamente paralelo al fuego del infierno, pasa a ser un lugar de dolorosa “maduración posterior”, pero sin penas sensibles. Para Yves Congar el purgatorio es un proceso de liberación. Esta nueva visión ha marcado la reforma de la liturgia postvaticana de los difuntos. Se acentúa el carácter pascual de la muerte, retrocede el carácter castigador del juicio y se pone en el centro la bondad de Dios.
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