miércoles, 10 de junio de 2009

Coleccionistas de cabezas

El Jíbaro es un pueblo amerindio que habita en Sudamérica, concretamente en la cuenca amazónica al norte del río Marañón, en el Perú. Forma comunidades tribales cuya economía se basa en la agricultura, la caza y la pesca. La unidad social básica es la familia y viven en grupos en una casa grande dividida con una zona para hombres y otra para las mujeres. Esta gran casa se funde en un clan, que a medida que crece el número de miembros que lo integra, se agrega a otras casas, formando así un poblado dentro de una gran construcción, como un gran panal de abejas. No existe un jefe, pero en tiempos de guerra designan a un mandatario exclusivamente para este periodo. Una etnia enemiga es siempre otro clan Jíbaro como los achuaras, que suelen atacar a alguna de las grandes casas para hacerse con nuevos trofeos. Esos trofeos dan prestigio al guerrero, que cuantos más trofeos cuelguen en su cuerpo, más posibilidades tendrá de ser el jefe para la próxima guerra.

En Ecuador: Jívaros o Xivaros, -como sinónimo de salvajes- es el apelativo dado a la tribu de los Shuar por los conquistadores españoles durante la invasión de 1549; horrorizados porque después de matar a sus enemigos los Shuar practicaban el ritual del tzantza o reducción de cabezas, consistente en cortar y reducir la cabeza, sirviéndoles de talismán o trofeo. Pero su reputación de sanguinarios no empezó con el encuentro con la Raza Blanca, sino que el poderoso Imperio Inca ya les temía. Narra la historia que en 1450 el ejercito de Tupac Yupanqui les persiguió hasta la frontera entre el Perú y Ecuador, al Norte del Río Marañón. Los soldados Incas sintieron repulsión por la manera tan sanguinaria y feroz con que los jíbaros combatían y la cómo trataban a sus enemigos capturados en combate. Descuartizados vivos y luego decapitados, cientos de Guerreros Incas quedaron en el campo de batalla. Finalmente, los Incas derrotaron a los Jíbaros, pero no pudieron someterlos: esta sanguinaria tribu huyó a refugiarse a las profundidades de la Selva del Sur. A partir del siglo XIX los Jíbaros comenzaron a entablar relaciones comerciales con mucha desconfianza con los blancos vecinos y fueron pacificándose sin necesidad de fuerza bruta, cambian cabezas reducidas por armas para cazar, ropa y cosas de la civilización que les sirven para sobrevivir en su tan reducido habitat. El tráfico de cabezas reducidas hacia Europa empezó a aflorar como un Gran Negocio. Poco a poco empezaron a desaparecer del mercado las verdaderas cabezas jíbaras, cambiadas por copias y falsificaciones, hasta que dejaron de ser un artículo de interés para el comercio.


De cada victoria, el gran guerrero conserva un testimonio: una cabeza cortada y luego reducida, Esta costumbre no tiene por único objeto hacer alarde de trofeos de guerra, pretende que el espíritu del muerto, muisak no vuelva para vengarse. Por ello, el guerrero que mató a un enemigo debe llevar a cabo un complejo ritual destinado a encerrar el alma del muerto en su propia cabeza. La preparación de la cabeza dura varios días y las operaciones materiales se alternan con ceremonias mágicas. El modo de obtención es el siguiente: La reducción empieza con el regreso al pueblo con la cabeza del enemigo. Lo primero -obviamente- es cortar la cabeza al enemigo. A continuación con un cuchillo se hace un corte desde la nuca hacia abajo. Se tira de la piel y se desprende del cráneo. Durante el proceso el hueso del cráneo no se reduce, sólo lo hace la piel. Se desechan las partes blandas. Dientes, huesos y ojos son arrancados y tirados a las anacondas de los ríos. Los párpados son cocidos con la intención simbólica de que el enemigo no pueda ver lo que le rodea y no delate a la aldea. Inmediatamente se mete en agua hirviendo a la que se añade jugo de liana y otras hojas, lo que evita que se caiga el pelo. No se debe hervir más de quince minutos, pues en ese caso queda demasiado blanda y se pudriría. Una vez hervida durante quince minutos, con una reducción del 50%, se saca del agua y se la pone a secar. Cuando ya tiene una cierta consistencia, se raspa la piel por dentro para quitar las impurezas. Este es un paso muy importante, pues si no se hace bien quedan restos de carne que se pudren; luego se frota por dentro y por fuera con aceite de carapa. A continuación se cosen los ojos y la incisión de la nuca antes practicada para poder sacar el hueso. Las únicas aberturas que quedan son el cuello y la boca. Por el cuello se introducen una piedra caliente del tamaño de un puño, su misión es que la cabeza se haga un poco más pequeña y que no se deforme. La cabeza se cuelga sobre el fuego para desecarla poco a poco con el humo que asciende, a la vez que se le va dando forma al cuero con una piedra caliente. A continuación se afeitan los pelos del rostro. Por último, se cose el cuello y por la boca se mete arena caliente. Es esa arena la que produce la última reducción de tamaño. En este proceso la cabeza acaba de reducirse. Ya sólo queda vaciar la arena, coser los labios y teñir la piel de negro. El tinte evita que la piel se descomponga, y además tiene un sentido simbólico: le cosen los ojos para que no pueda ver, y la tiñen de negro para que sólo vea el negro del infierno: su espíritu se quedará sumido para siempre en la oscuridad. Ya terminado el vaciado de la cabeza, se perfora el centro del cráneo para introducirle un lazo, la cabeza en si ya es solo piel seca con los rasgos del muerto, reducida por secamiento. El tsantsa es envuelto en una tela tratada con hierbas y guardada en un recipiente de barro. Los días de fiesta se sacan del recipiente, se cuelgan en el cabello y cuello del guerrero, no hay peligro, el espíritu (El Muysak) del enemigo esta encerrado para siempre.
La práctica de reducir cabezas ha horrorizado y fascinado durante generaciones. Pero no es solamente una práctica guerrera, tiene un significado religioso. Además de servir de trofeos, las cabezas reducidas eran el receptáculo donde se aprisionaba y se ponía bajo el poder de quien la había conseguido el alma de la persona muerta. Se pretende además que el espíritu del muerto, el muysak, no vuelva para vengarse de su asesino. El vencedor doblaba así su fuerza espiritual como resultado de capturar la de su enemigo en su cabeza reducida.

Indio jíbaro (curaca, Jefe) del Rio Santiago (Perú) que estaba bajo la jurisdición de Alfonso Graña (Alfonso I de la Amazonia, Rey de los Jíbaros). Iquitos ( Perú). Año 1931

A este Indio jíbaro lo bajaba Alfonso Graña, Rey de los Jíbaros, a Iquitos cada vez que iba a la ciudad desde el Alto Marañón a vender sus mercancias. Allí, en Iquitos, le cortaba el pelo, le llevaba al cine, le compraba helados, le llevaba en coche y le curaba las ulceras de los pies...." Habia matado a siete hombres casi siempre por motivos de mujeres".

http://geneura.ugr.es/~jmerelo/atalaya/print.cgi?id=/historias/4197&nombre=Ciencia%2015

http://foro.univision.com/univision/board/message?board.id=locurioso&message.id=8270

2 comentarios:

  1. hola buenas me gustaria saber si podria vender o comprar una cabeza reducida....o esta fuera de la legalidad

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  2. interesante artículo

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