El pensamiento es inmediato sólo para sí mismo. No hace que suceda nada directamente,fuera de sí mismo. Algunos frágiles y discutidos experimentos de telequinesia han tratado de demostrar queel pensamiento puede producir diminutos fenómenos materiales, efectos de vibración o mínimos desplazamientos. La física cuántica, tan enigmática ya de por sí, mantiene que el acto de la observación altera la configuración objetiva de lo que está siendo observado (Einstein halló esta suposición poco menos que monstruosa). Aquí, casi todo sigue estando basado en conjeturas. Pensar tiene inconmensurables consecuencias, pero la inferencia de un contínuum directo es, como enseñó Hume, inferencial. No se puedede mostrar que sea directamente causal. La gran mayoría de los actos y gestos habituales se realizan «sin pensar». Se ejecutan instintivamente o a través dereflejos adquiridos. Como bien se ha dicho, para el milpiés sería un suicidio pararse a pensar en el siguiente paso. Una reflexión espeluznante donde las haya. El automatismo es pensamiento deteriorado. Pero incluso cuando una acción es «pensada» con la mayor atención y conciencia, cuando se ajusta a algún prototipo interiorizado o a una proposición externa yarticulada, la secuencia sólo puede ser inferida. Dios es el único, dicen los teólogos, que no experimenta ninguna solución de continuidad entre pensamiento y consecuencia. Lo que Él piensa es. Que hay una relación entre pensamiento y consecuencia existencial,pragmática, es un postulado racional sin el cual no podríamos dirigir nuestra vida. Hasta ahora, sin embargo, no poseemos ningún modelo operativo de la cadena de fenómenos generativos, de la traducción, que podemos suponer inmensamente compleja, de la necesidad o el desiderátum conceptual en ejecución neurofisiológica ymuscular. La neuroquímica que relaciona intención y efecto sólo puede ser rastreada a niveles rudimentarios. En muchos casos, es como si la causa viniera después del efecto. Los actos de pensamiento parecen seguir a representaciones espontáneas y no premeditadas que luego el pensamiento interpreta y«figura» para sí mismo en el tiempo pasado del verbo. (Me pregunto si la fascinadora experiencia del déjà vu no guarda relación con esta inversión.) Con mucha mayor frecuencia, todo queda borrado:«No tengo ni idea de por qué hice esto y lo otro. Tengo la mente completamente en blanco». Las interposiciones entre pensamiento y acto son tan múltiples, tan diversas como la vida misma. Las sombras que se interponen entre el pensar y el hacer nunca son exhaustivamente inventariadas, mucho menos clasificadas. Hay, en la más exigente de las construcciones de ingeniería o arquitectura, menudas desviaciones del designio, de la precisa calibración. Ningún pintor, por dotado que esté, puede trasladar plenamente al lienzo su visión interior de lo que cree ver ante sí. Hasta en la más estricta de sus formas, la música contiene sólo de manera parcial el conjunto de sentimientos, ideas y relaciones abstractas que es privativo del compositor. La distancia entre las presiones sobre la sensibilidad que se perciben entre lo imaginado y su manifestación lingüística es un doloroso tópico, un lugar común de derrota inacabable desde los comienzos no sólo de la literatura sino también de los más urgentes e íntimos intercambios humanos. «No puedo expresarlo con palabras», dice el enamorado, dice el apesadumbrado; pero también el poeta y el filósofo. Los indicios de unas barreras, de unos efectos de interferencia o «ruido blanco» son perturbadoramente físicos. Sentimiento, intuición, iluminación intelectual o psicológica se apiñan en el borde interior del lenguaje, pero no pueden «penetrar» para culminar la expresión (aunque el gran escritor, en cierto modo, trabaja más cerca de ese borde y de las pulsaciones de lo prelingüístico que otras mentes menos privilegiadas). Las energías de reconocimiento, los metafóricos relámpagos de iluminación y la comprensión instantánea vibran justo fuera de nuestro alcance. Eurídice nos atrae retrocediendo hasta sumirse en la oscuridad. Dentro del magma turbulento y polisémico de los procesos conscientes y subconscientes, el pensamiento incesante o sus antecedentes, del todo misteriosos, tanto nocturnos como diurnos, son recuperables sólo de manera fragmentaria. Al emerger a la iluminada superficie a través de las limitaciones simplificadoras del lenguaje, de la lógica coactiva, esta fuerza generadora se ve siempre inhibida y desviada. De ahí los esfuerzos de los surrealistas en busca de una escritura «automática» o de unos modos de habla vírgenes, Lo aleatorio está ya condicionado por los imperativos. El pensar no hace ni puede hacer tal cosa. Hasta el movimiento mental más prudentemente calculado y concentrado es bodied forth [sele da cuerpo] (por utilizar el penetrante modismo deShakespeare) sólo de forma imperfecta, sólo en parte. La obra de arte, por soberana que sea, el proyecto político o militar, la edificación material, el código legal o la summateológico-metafísica hacen una transacción con el ideal, con la necesaria ficción de lo absoluto. Sigue habiendo una mancha decromática impureza, casi imperceptible, en el tulipán negro, en las simetrías cristalinas del diseño político o social privado o colectivo. El concepto de perfección es un sueño no realizado del pensamiento, una abstracción conceptual, como lo es el infinito. Es en la paradoja de que existan en nosotros estos dos ideales inalcanzables donde la teología clásica, tanto en Anselmo como en Descartes, sitúan su prueba de la existencia de Dios. Aunque in extremis, Wittgenstein habló en nombre de todas las consciencias creativas cuando manifestó que la parte del Tractatus realmente importante era la que no llegó a escribirse. Ineluctablemente, por tanto, la totalidad de nuestras futuridades, de nuestras proyecciones, anticipaciones y planes— sean rutinarios o utópicos— llevan consigo un potencial de decepción, de profiláctico autoengaño. Un virus de insatisfacción vive en la esperanza. La gramática de los optativos, de los subjuntivos, de todos los matices de los tiempos verbales futuros —gramáticas que son la gloria irresponsable y la luz matinal de la mente humana—nunca pueden ser garantes. No contienen y avalan un hecho incontaminado. Podemos tenerlo todo abrumadoramente a nuestro favor, la inducción puede parecer casi contractual e infalible, pero esperar, tener expectativas o esperanza, es un azar. Y su única certidumbre es la muerte. Las consecuencias de nuestras expectativas, de esta impaciencia que llamamos«esperanza», se quedan cortas. Muchas veces fracasan totalmente (aunque hay bendiciones en las cuales sobrepasan cuanto podamos imaginar). Habitualmente, la previsión, la proyección, la fantasía y la imagen están por encima de la realización. Si aclamamos las experiencias como algo que está «más allá de nuestros sueños más delirantes» es que estos sueños han sido cautos y manidos. Un revelador vacío, una tristeza de la saciedad sigue a todos los deseos satisfechos (Goethe y Proust son los despiadados exploradores de esta accidia). El célebre abatimiento post coitum, el anhelo del cigarrillo después del orgasmo, son precisamente las cosas que miden el vacío que existe entre la expectativa y la sustancia, entre la imagen fabulosa y el suceso empírico. El eros humano es pariente cercano de una tristeza hasta la muerte. Si nuestros procesos mentales fueran menos apremiantes, menos gráficos, menos hipnóticos (como en los ratos de masturbación y sueño diurno), nuestra constante desilusión, el gris pegote de náusea que hay en el corazón del ser, sería menos incapacitante. Los colapsos mentales, las evasiones patológicas a la irrealidad, la inercia del enfermo mental son tal vez, en lo esencial, tácticas contra la desilusión, contra el ácido de la esperanza frustrada. Tales son las fallidas correlaciones entre pensamiento y realización, entre lo concebido y las realidades de la experiencia, que no podemos ni vivir sin esperanza —como dijo Coleridge, «Trabajo sin esperanza recoge néctar en un cedazo, / y esperanza sin un objeto no puede vivir— ni superar el dolor y la burla que conllevan las esperanzas fallidas. «Esperar contra toda esperanza» es una expresión vigorosa pero en última instancia condenatoria de la sombra que arroja el pensamiento sobre la consecuencia.
GEORGE STEINER: "DIEZ (POSIBLES) RAZONES PARA LA TRISTEZA DELPENSAMIENTO", 6º RAZÓN
GEORGE STEINER: "DIEZ (POSIBLES) RAZONES PARA LA TRISTEZA DELPENSAMIENTO", 6º RAZÓN
Hola Eurídice:
ResponderEliminarLa profundidad de tus análisis me sorprenden siempre... aunque ese camino casi siempre conduce al nihilismo muy propio del Idealismo alemán, o del hinduismo o del budismo, aunque no hace falta retroceder tanto, pues en La vida es sueño de Calderón "todos señan lo que son, aunque ninguno lo entiende".
¡Enhorabuena y un cordial saludo!
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