Se reconoce a los pájaros un papel instaurador. Cercanos al cielo, capaces de hablar y, por tanto, de enseñar, son mediadores designados por su sabiduría, de la que sólo se aprecia hoy la vertiente meteorológica pero que ha tenido funciones más amplias, relegadas más tarde a la superstición. No sorprende demasiado que las técnicas de pronóstico del tiempo tengan tanta importancia en sociedades mediterráneas donde la agricultura ha ocupado un lugar esencial.
Los augurios permiten previsiones a corto plazo: se sabe que lloverá cuando se ven las golondrinas volar a ras de tierra, cuando se oye cantar al pájaro carpintero o las ranas. Sin embargo, se intenta también prever a largo plazo, saber sobre todo en qué momento tendrán lugar los cambios de estaciones y, en este sentido, las aves migratorias son buenos mensajeros. Marlène Albert-Llorca (1991) recoge una historia relacionada con el presagio del desastre de Chernóbil: «Desde siempre, las golondrinas construyen su nido bajo el tejadillo y en el hangar. El año de Chernóbil no llegaban... Si las golondrinas no vuelven más, es que los hombres han jugado demasiado con fuego. Ausencia de pájaros, perturbación del tiempo: ¿No está cercano el fin?».
El poder del augurio tiene una larga tradición ligada a las civilizaciones antiguas, más vinculadas a la naturaleza que la nuestra. El vuelo de los pájaros los predispone a servir de símbolos de las relaciones entre el cielo y la tierra. En griego, la misma palabra podía ser sinónimo de presagio y de mensaje del cielo. En el mundo céltico el pájaro es, en general, el mensajero o el auxiliar de los dioses y del Otro Mundo, sea el cisne en Irlanda, la grulla o la garza en la Galia, la oca en Gran Bretaña, el cuervo para los germanos, el abadejo o la gallina. Harry Potter utiliza una lechuza como mensajera en su pastiche cultural imaginativo.
El cristianismo y el islam, si bien contrarios al augurio, no han dudado en utilizar las aves como metáfora. Existe, no obstante, una equivalencia simbólica y funcional entre los mensajeros del otro mundo céltico, que se desplazan a menudo en forma de cisnes, y los ángeles del cristianismo, que llevan alas de cisne. Los ángeles también son intermediarios entre Dios y el mundo, aunque en la interpretación de la Iglesia las alas son símbolo de orden espiritual. El ángel, en tanto que mensajero, siempre lleva una buena noticia para el alma.
La palabra agüero (del latín augurio) significa presagio, aunque tanto agüero como agorero (el que lee los augurios) tienen actualmente un significado nefasto y supersticioso, sin duda por todo lo que la Iglesia ha luchado contra esas prácticas, consideradas paganas. Un término parecido es el catalán averany (augurio), aunque el filólogo Joan Corominas lo deriva del antiguo averar en el sentido de «lanzar una idea con miras a la comprobación», «hacer un cálculo estimativo». Pedro de Ciruelo, canónigo de la catedral de Salamanca, se hace eco de estas creencias, que combate en una obra publicada en 1556: Reprovación de las supersticiones y hechizerías. Libro muy vtil y necesario a todos los buenos christianos, obra muy crítica con estos temas, que sin duda el buen canónigo encontraba difíciles de combatir dado el carácter arraigado de estas prácticas paganas. Entre sus reprobaciones enumera todo tipo de presagios extraídos de aspectos vinculados con la naturaleza, especialmente con las aves.
Los auspicios están fundamentalmente propiciados en la época romana por los pájaros. La ciencia de los auspicios no es únicamente visual: supone sólidos conocimientos de ornitología. Existen especies que trasmiten signos por su vuelo, otras por su canto y otras, las más reputadas, por las dos cosas a la vez. El augur no intenta prevenir el futuro. Consulta para saber si la acción proyectada está «permitida» o no por los dioses: si es fausta. ¿Cuál es la parte de autonomía hacia estos signos que recibe el que cata las aves? Algunos autores han insistido en el tratamiento pragmático de los romanos ante los presagios: parece que el augur es libre para aceptar o no los significantes. Se trata, pues, de una religión más apoyada en el rito que en el mito.
Una de las simbologías más extendidas de las aves es la de representación del alma. El testimonio más antiguo de la creencia en las almas-pájaros está, sin duda, contenido en el mito de Fénix, ave de fuego de color púrpura; es decir, compuesta de fuerza vital. En los frescos del antiguo Egipto vemos cómo un ave con cabeza de hombre o de mujer simboliza el alma de un difunto o un dios que visita la tierra. La concepción del alma-pájaro y, por tanto, la identificación de la muerte con un ave están ya atestiguadas en las religiones de Oriente Próximo arcaico.
El Libro de los Muertos describe la muerte como un halcón que levanta el vuelo y en Mesopotamia se figuran los difuntos bajo la forma de aves (Chevalier y Gheerbrant, 1982). Pero también en la simbología cristiana vemos cómo al expirar, el alma sale en forma de ave. Según el mismo Corán, el «lenguaje de los pájaros» es el del conocimiento espiritual, y tiene que ver con las almas. La tradición cristiana de la paloma, los ángeles o el Espíritu Santo se mantiene en el islam: los pájaros viajeros –como los de Attar y los del Relato del Pájaro de Avicena– son almas lanzadas a la búsqueda iniciática. En los Diálogos de Platón, el Fedón, que trata aspectos de la inmortalidad del alma, presenta a Sócrates rememorando «una antigua tradición que [le] viene a la memoria, [y] pretende que las almas que están allá abajo [en el Hades, lugar donde en la religión griega van a parar las almas de los muertos], llegadas desde aquí, regresan aquí y renacen de los muertos, por lo que debemos concluir que nuestras almas están allá [en el Hades] y que no podrían renacer, si no existiesen, y su existencia nos será suficientemente probada, si vemos claramente que los vivos nacen de los muertos. Si eso no es así, necesitaremos encontrar otra prueba».
En el diálogo, esta inmortalidad se prueba finalmente por la ley de los contrarios: «De la vida sale la muerte y de la muerte, la vida». Este imaginario griego concuerda con el imaginario europeo que ve a la cigüeña como portadora del alma del recién nacido, pero también con la representación del espíritu del muerto de los jeroglíficos egipcios.
Así pues, tenemos que las aves, ellas mismas o como portadoras, representan el espíritu vital, espíritu que a veces vaga tomando una apariencia formal mientras espera la purificación.Las aves, metáfora del alma. Maria-Àngels Roque
No hay comentarios:
Publicar un comentario