El pensamiento teórico- cósmico del Renacimiento, del cual viene la danza cortesana, construyó un entorno espacial en el que se incluía el cuerpo humano y que, mediante la proporcionalidad, reproducía y expresaba la armonía y perfección del universo. Así, también el cuerpo era visto como un instrumento perfectible, con la mira de alcanzar una imagen idealizada. Los signos de distinción de la clase hegemónica debían hacerse explícitos, por lo que las recomendaciones hechas para moldear y educar el cuerpo hacia la estética perseguida fueron haciéndose cada vez más minuciosas y elaboradas, incorporando la técnica académica:
La cabeza debe tenerse erguida, sin ninguna apariencia de dureza; los hombros bien echados hacia atrás, pues esto dilata el pecho y agrega más gracia al cuerpo. Los brazos deben caer a los costados, las manos ni completamente abiertas ni cerradas del todo, la cintura firme, las piernas derechas y los pies apuntando hacia afuera.
Los maestros exacerbaron la construcción de la apariencia de los bailarines, concentrándose en desarrollar estructuras corporales muchas veces contrarias a la propia naturaleza. El concepto estructural de un bailarín fue expresado claramente en un manual en el que se le exigía un físico perfecto, con brazos graciosos, rodillas giradas hacia afuera, sin hombros protuberantes ni redondos, facciones llamativas y ojos expresivos.
El maestro debía examinar a su alumnos y, de encontrar defectos en él, conminarlo a rectificarlos con "sustitutos de tipo artificial". Incluso Rameau, uno de los maestros más reflexivos de su tiempo, consideró la danza como un medio para superar las distintas "faltas de la naturaleza". Desde su perspectiva, esta actividad no era sólo una práctica placentera:
"Al regular los movimientos del cuerpo y fijar las posiciones adecuadas, la danza agrega gracia a los dones que la naturaleza nos ha deparado. Y si no llega a eliminar por completo los defectos con que hemos nacido, por lo menos los mitiga y disimula. Este sólo ejemplo es suficiente para explicar su utilidad y para fomentar el deseo de adquirir destreza en este arte."
En cumplimiento con las exigencias de la etiqueta del momento, Rameau señaló la forma correcta de saludar, quitarse el sombrero y hacer una reverencia con gracia, práctica que perseguía suscitar la admiración "trayendo aparejadas otras ventajas." En su libro explicó con minucia una de las tantas reverencias posibles, poniendo en evidencia la importancia de ceñirse a un código:
"Si se desea saludas a alguien, debe levantarse el brazo hasta la altura del hombro, primero dejando caer la mano abierta y segundo, doblando el codo para tomar el sombrero. Esto hace que la mano describa un semicírculo. Ya doblado el codo, la mano abierta debe llevarse a la cabeza, la que permanece quieta; entonces se coloca el pulgar sobre la frente, apoyando los cuatro dedos sobre el ala. Luego moviendo el brazo un poco más, se lo eleva sobre la cabeza, se extiende el brazo en línea con el hombro (y en ángulo recto con el cuerpo) y se lo baja al costado. Este movimiento se titula caída del brazo y consiste en la manera de tener el sombrero al costado, con la copa hacia atrás."
De no ejecutarse correctamente una danza, la crítica era implacable, como demuestran los consejos referentes a detalles gestuales que ofrecía Rameau a las damas:
"Por ejemplo, si mantiene la cabeza levantada y el cuerpo erguido sin afectación ni audacia, se dirá: "he ahí una dama distinguida"; si se tiene con descuido, se la considerará como indiferente, si se mantiene echada hacia delante, será tachada de indolente; finalmente, si va agachada, se la creerá soñadora o tímida; y hay muchos otros ejemplos."
El atuendo, el manejo del sombrero y, en el caso de las damas, del abanico, así como los infinitos matices de finalidad expresiva, constituyeron los signos distintivos de la elegancia. La presentación de las manos en la conversación y durante la danza, la forma correcta de caminar y saludar, eran parte importante de las enseñanzas. En ocasiones, estas habilidades se consideraban de mayor utilidad que las de bailar, por ser utilizadas con mayor frecuencia.
Supongo que una discoteca actual les parecería una visión del infierno. A mí a ratos también me lo parece.
ResponderEliminarLo es. Supongo que nuestras discotecas se acercan más a las bacanales que a la danza medida y acompasada del barroco.
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