jueves, 30 de julio de 2009

Muertos que en la tumba mastican como los cerdos y que devoran su propia carne

Es una opinión muy extendida en Alemania que ciertos muertos mastican en la tumba y devoran lo que se encuentra a su alrededor: que se les oye incluso comer como los cerdos con un grito sordo y como gruñendo.
Un autor alemán llamado Miguel Rauff ha compuesto una obra titulada De masticatione mortuprum in tumulis. Supone como cosa probada y cierta que algunos muertos han devorado las mortajas y todo lo que estaba al alcance de su boca, y que incluso se ha comido su propia carne en la tumba. Señala que en algunos lugares de Alemania, para impedir que los muertos mastiquen, les ponen en el ataúd bajo el mentón un montoncito de tierra: que en otras partes les meten en la boca una moneda de plata o una piedra; y en otros lugares les aprietan fuertemente la garganta con un pañuelo. El autor cita a algunos autores alemanes que mencionan este uso ridículo, y nombra a varios otros que hablan de los muertos que han devorado su propia carne en la sepultura. La obra ha sido impresa en Leipzig en 1728. Habla de un autor llamado Felipe Rehrius, que imprimió en 1679 un tratado con el mismo título, De masticatione mortuorum.
(...)
Hace algunos años en Bar-le-Duc, habiendo sido inhumado un hombre en el cementerio, oyeron un ruido que salía de la fosa; lo desenterraron al día siguiente, y encontraron que se había comido las carnes de los brazos, lo que nos ha sido referido por testigos oculares. El hombre había bebido aguardiente, y dado por muerto, había sido enterrado. Rauff habla de una mujer de Bohemia que en 1355 se había comido en la fosa la mitad de su sudario. En tiempos de Lutero un hombre muerto y enterrado, y también una mujer, se royeron las entrañas. Otro muerto, en Maravia, devoró las mortajas de una mujer enterrada a su lado.

Todo esto es bien posible; pero que los muertos de verdad muevan las mandíbulas en la tumba, y se diviertan masticando todo lo que encuentran a su alrededor, es una imaginación pueril, semejante a lo que los antiguos romanos decían de su Manducus, que era una figura grotesca de hombre con una boca enorme y dientes proporcionados, que hacían mover con resortes y crujir los dientes unos con otros, como si esta figura famélica estuviese pidiendo que le diesen de comer. Se asustaba a los niños y se les amenazaba con el Manducus:
Y por fin llega a los estrados de nuestra farsa,

cuando para no ver a esa lívida persona

que abre esa espantosa boca.

Se esconde en el seno de la madre

el ingenuo niño.

Juvenal, Sat. 3 v. 174.

Tratado sobre los vampiros, Agustín Calmet. Reino de Cordelia, 2009. Pág 191-194

2 comentarios:

  1. De las entradas que más mal rollo me ha dado.
    ¿Muertos masticando? Qué horror, imagínate pasar por un cementerio y escuchar el ruido de una gran comilona.

    Definitivamente, a mí que me incineren.

    ResponderEliminar
  2. Es la base del zombie. Ya sabes, cuando se cansan de roerse a sí mismos van a por tí.

    ResponderEliminar