Tiene tal virtud que cuando la liman y mezclan las limaduras con alguna otra cosa que dan de comer o a beber al que tiene temblor de corazón o flaqueza, ayúdale; eso mismo hace al que tiene miedo por razón de melancolía. También sana o hace gran provecho al que es tiñosos o tiene una enfermedad que se mesan los cabellos, a que llaman alopecia. Y es buena también para hacer con ella quema, porque no hace ampolla y las hace curar más pronto.
La naturaleza de la piedra de este metal es que cuando la mezclan con arambre, tórnase como vidrio y quiebra, pero incorpórase con él. Y también si lo mezclan con estaño, tórnase negro y, si con plata lo mezclan, recibe la blancura de ella y así hace con cada metal. Por eso, los que se ocupan dee la laquimia, a que llaman la obra mayor, deeben parar mientes que no dañen el nombre del saber, pues alquimia tanto quiere decir como maestría para mejorar las cosas, que no empeorarlas. De donde, los que toman los metales nobles y los mezclan con los viles, no entendiendo el saber ni la maestría, hacen que no se mejore el vil y dáñase el noble, y así hacen gran yerro en dos maneras: la una, que van contra el saber de Dios, y la otra, que hacen daño al mundo.
Tiene una propiedad sola, muy maravillosa: que si hicieren de él una sortija y que sea la piedra de lo mismo, y la calentaren y la quemaren con ella las alas a las palomas, cuando las meten en el palomar, nunca más irán a morar a otro lugar, aunque les crezcan las alas. Algunos dijeron, contra esta razón, que más pensaban que estaba esta propiedad en la figura de la sortija que no en el oro, pues, si en el oro estuviese, con cualquier forma lo haría.
Mas el que este libro compuso dijo que pensaba que venía la virtud de ambos, porque la sortija no podía esto hacer siendo de otro metal, sino de oro.
De algunos oros que hay son de mal color por sí, dijeron algunos de los sabios que se ocuparon de la obra mayor, que si tomasen la piedra amarilla, aquella que es muy conocida de los orífices (de que hablaremos más adelante en este libro, en su lugar), la molieren y echaren los polvos de ella sobre el oro mal coloreado cuando es fundido, lo torna de buen color, y es una de las obras de alquimia derecha y verdadera, pues hace lo malo bueno.
La estrella que está en el hombro derecho de la figura del Hombre sostenedor de las Riendas, tiene poder y señorío sobre esta piedra, que de ella recibe la virtud; y por ello, cuando ésta estuviere en el ascendente, muestra esta piedra más manifiestamente sus obras.
Recordemos que el oro era un metal especialmente significativo, no sólo para los alquimistas, sino que repercutía y era adorado por la sociedad en general. En la Edad Media, se había disminuido el numerario, por lo que predominó el trueque o el uso de una moneda primitiva, por lo que se hizo muy difícil la posesión de monedas de oro, y aumentó el deseo y la fiebre por hacerse con el noble metal y poder fraccionarlo. Curiosamente su división en monedas llegó a tener un sentido religioso, pues parece que el acto de trocear puede ser considerado como un rito de carácter religioso, idea defendida por B. Laum en alguna de sus obras, e incluso se le atribuye a un santo la división del oro en monedas. Por otro lado, el propio metal tenía un carácter legendario, ya que se especulaba con la “receta” de convertir el vil metal en oro, objeto de investigación de los alquimistas, acogiéndose al principio básico de los alquimistas: convertir lo impuro en puro, lo vil en noble, en la eterna búsqueda de la piedra filosofal, la madre de todos los secretos.
Como no, un metal tan preciado tenía que incluirse en una obra como ésta, y la búsqueda de este metal si es un noble objetivo, pues el propio autor así lo afirma cuando dice: “y es una de las obras de la alquimia derecha y verdadera: pues hace lo malo bueno”. ¿ No sería acaso la transformación del vil metal en oro, un claro paradigma de la verdadera labor de la alquimia, (transmutar lo impuro y hallar la pureza), para poder justificar la práctica de la alquimia y la inclusión de esta disciplina en la obra?...a mi juicio, el autor aprovecha un ejemplo más que significativo y provechoso, para justificar la alusión de la práctica alquímica, dejando claro, la proclama del uso correcto de la alquimia, alejándola de aquella otra alquimia prostituida y maltrecha, llevada a cabo por los “embaidores”.
Por otro lado, en el texto, se comentan aspectos relacionados con el metal en cuanto a sus propiedades intrínsecamente físicas, pero también se le otorga propiedades curativas, que parece acercar el prestigioso metal, a la sabiduría popular, cuando es considerado como un remedio para los problemas de corazón o incluso de alopecia. También se alude a otras propiedades, que parecen escapar al mundo del esoterismo y a la magia simbólica, por ejemplo al referirse al anillo, objeto que por su forma circula ya arranca de un pasado profundamente mágico, fabricado en oro que ejerce un extraño poder sobre las palomas, impidiendo su vuelo.
Cuando valoramos todas estas ideas, advertimos cierta oscuridad que queda reflejada entre líneas: se ofrecen remedios curativos, se aluden propiedades maravillosas, se protege la práctica de la alquimia porque se hace con buenos fines etc., pero si domina y salvaguarda un mundo que se escapa de las meras leyes naturales, ¿ conoce el autor, un universo mágico, esotérico?, ¿nos ofrece todo lo que sabe, o simplemente varias pinceladas de una obra que no se atreve a mostrar?...nos preguntamos si ¿quiere realmente proteger la obra al no incluir material censurable o realmente quiere insinuarle al lector, que posee conocimientos sobre otros tipos de virtudes de las que no se atreve a decir dada su oscura naturaleza? ...Hay tanta simbología impregnada en estas páginas, tantas materias distintas, y tan diversas fuentes, que se nos hace complicado responder, pero de lo que es cierto, es que el autor de Lapidario, es consciente en todo momento de la trascendencia de sus palabras, por lo que no sería extraño pensar, que oculta más de lo que enseña y justifica lo que muestra.
La Alquimia en el "Lapidario" del Alfonso X El Sabio, María Del Rosario Delgado Suárez