"Ni los rayos X acusan una novedad tan grande como se
cree, ni mucho menos representan en Medicina un descubrimiento tan útil como se
piensa. Porque no pueden abrigarse esperanzas de obtener retratos del cerebro
dentro del cráneo, de los pulmones dentro del tórax y de las vísceras
abdominales dentro de la pelvis. Tales exageradas ilusiones son propias de
algunos espíritus cándidos y excesivamente creyentes". Profesor Royo
Villanova, Revista de Medicina y Cirugía Prácticas, 1896.
Sin duda, pocos descubrimientos han producido la fascinación
y el interés inmediato, tanto entre los científicos como en el público, que
despertó el hallazgo reportado por Roentgen los primeros días de 1896: una
nueva forma de energía, que no se podía sentir, ni degustar, ni ver, ni oír,
pero capaz de atravesar no sólo la carne humana, sino hasta las paredes,
amenazando con acabar para siempre con la vida privada y la intimidad. Muchos
investigadores cambiaron el curso de sus trabajos y se dedicaron con furor al
estudio y utilización de los rayos del físico alemán de modo tal que un mes
después del anuncio, algunos cirujanos de Estados Unidos y de Europa se guiaban
por radiografías para realizar su trabajo. Pero los usos no se limitaron al
campo de la Medicina ,
hubo otros más disparatados, incluyendo sesiones de ocultismo, que fueron
ideados en todo el mundo para divertir a los curiosos y engordar los bolsillos
de los feriantes: el mismo Roentgen estaba indignado ante el uso desaprensivo
que se hacía de su descubrimiento.
Los rayos X fueron recibidos sin ningún tipo de
desconfianza, y utilizados sin restricciones, esta amplia difusión hizo que las
lesiones provocadas por ellos se percibieran y reportaran casi desde el
comienzo. Pero los investigadores no estaban muy seguros de cuál era la causa
de los incidentes cutáneos observados, que ellos llamaban "golpes de sol o
insolaciones eléctricas". Hay que considerar que también hubo víctimas de
la alta tensión, tal es el caso del Dr. François Jaugeas, Jefe de Laboratorio
de Radiología del Hospital de París, electrocutado en 1919 en el transcurso de
un examen radioscópico.
Wilhelm Conrad Roentgen, de 50 años, rector de la Universidad de
Würtzburgo era, a fines del año 1895, uno de los físicos dedicados a investigar
el comportamiento de los rayos catódicos en un tubo de descarga gaseosa de alto
voltaje. Para evitar la fluorescencia que se producía en las paredes de vidrio
del tubo, lo había envuelto con una cubierta de cartón negro. Entre los objetos
que estaban en su laboratorio figuraba una pequeña lámina impregnada con una
solución de cristales de platino-cianuro de bario, que por la luminiscencia
amarillo-verdosa que producía al ser tocada por la luz de los rayos catódicos,
era una sustancia frecuentemente empleada por los investigadores. Una tarde, al
conectar por última vez el carrete de Ruhmkorff a su tubo, descubrió que se
iluminaba el cartón con platino-cianuro de bario que se hallaba fuera del
alcance de los rayos emitidos, los cuales, en el mejor de los casos, se
atenuaban a unos 8 cm
de la placa obturadora. Esta débil luminiscencia seguía siendo visible aún en
el otro extremo del laboratorio, a casi dos metros del tubo envuelto en cartón
negro. Roentgen era daltónico y no distinguía los colores de las insignias de
sus alumnos en las fiestas de la
Universidad , pero eso no le impidió ver claramente la luz
verde emitida por el cartón, y, dada su mentalidad de investigador meticuloso,
no podía dejar pasar este fenómeno sin tratar de averiguar la causa. Supuso que
interponiendo un objeto entre la luz invisible y el cartón fluorescente que la
reflejaba, debería verse su sombra. Tenía un mazo de cartas en el bolsillo;
descubrió, para su sorpresa, que aún poniéndolo entero, apenas se producía una
sombra. Un libro grueso de mil páginas sólo redujo levemente la luminiscencia
del cartón con platino-cianuro de bario. De modo que esta nueva radiación no
sólo era invisible, sino que además tenía la facultad de atravesar los cuerpos
opacos. Como diría años después el propio Roentgen, aquél fue "un regalo maravilloso
de la naturaleza".
Con el paso de los días Roentgen tuvo la necesidad de
documentar sus experimentos y pensó en fotografiar la pantalla fluorescente
donde se reproducía en forma curiosa la silueta de los objetos interpuestos: el
cuadrante y la aguja magnética de su brújula, el cañón de la escopeta
arrinconada contra la pared, la moldura y los goznes de la puerta del
laboratorio. Entonces hizo un nuevo descubrimiento: la caja de placas
fotográficas que tenía sobre la mesa estaba completamente velada. Su intuición
le dijo que los nuevos rayos habían atravesado la caja y el envoltorio que
protegían a las placas de la luz y habían actuado también sobre la emulsión.
Para comprobarlo colocó la caja de madera que contenía las pesas de bronce de
su balanza de precisión sobre una placa fotográfica envuelta en su papel negro
protector, conectó su tubo y esperó. Al revelarla, encontró la reproducción
exacta de las pesas metálicas, sin embargo, la caja de madera había
desaparecido. El descubrimiento más excitante se produjo cuando Roentgen
interpuso su propia mano entre el tubo y la pantalla y comprobó que, si bien
los tejidos blandos eran atravesados por la radiación, el esqueleto se
representaba nítidamente. El 22 de diciembre de 1895 le pidió a su esposa Bertha
que colocase la mano sobre la placa de cristal y luego de 15 minutos de
exposición, los huesos de la mano y el anillo de casada de Bertha aparecieron
en la placa recién revelada. Ver su esqueleto le produjo a Frau Roentgen un
gran impacto y temor, lo sintió como una premonición de la muerte.
Ya en marzo de 1896, las cartas a los editores de revistas
científicas de los Estados Unidos empezaron a señalar hechos reveladores sobre
la acción biológica de los rayos X. Thomas Alva Edison, una vez que tuvo conocimiento
de la comunicación de Roentgen a la
Academia de Würtzburgo, construyó su propio aparato. Edison
pronto reportó irritación en los ojos por trabajar con tubos "a
fluorescencia", y aunque no estaba seguro de que se debiera a los rayos X,
recomendó no usarlos en forma continua. Desgraciadamente, no evitó la
sobreexposición de su asistente, Clarence M. Dally, que era el que ponía las
manos en el fluoroscopio durante las demostraciones en público. Dally, que era
zurdo, sufrió una radiodermitis que lo llevó a la amputación de la mano
izquierda, además de caída del cabello de la frente y las cejas y eritema;
finalmente, moriría como resultado de las radiaciones en 1904.
El 10 de abril de 1896, J. Daniel informó sobre una
depilación que sobrevino en un paciente veinte días después de la larga
búsqueda de un proyectil en el cráneo. Asimismo, en julio de 1896, Mr. William
Levy, de Eau Claire, Wisconsin, exigió conocer el emplazamiento de una bala que
había recibido en la cabeza diez años antes; el Profesor Fred S. Jones del
Laboratorio de Física de la
Universidad de Minesota efectuó dos radiografías sobre este
paciente, que llegó a las ocho de la mañana y se retiró a las diez de la noche:
sus cabellos se cayeron en los días siguientes del lado derecho de la cabeza,
donde estaba fijado el tubo, la oreja derecha se inflamó con aspecto de
congelamiento, y se observaron igualmente lesiones en la cabeza, la boca y la
garganta, sin embargo, Mr. Levy demandó una nueva vuelta por los rayos X justo
antes de la intervención destinada a retirar la bala.
A pesar de la cantidad de incidentes reportados, la opinión
que prevalecía entre los científicos era que las lesiones de la piel no estaban
causadas por los rayos X, sino más bien por otros factores relacionados, como
la luz ultravioleta, los rayos catódicos, la inducción eléctrica, la oxidación
por ozono, la idiosincrasia del paciente o fallas técnicas. Pero los reportes
eran tan persistentes y tan numerosos que un físico americano, Elihu Thomson,
para despejar las dudas, decidió verificar sobre sí mismo la acción de los
rayos en los tejidos vivos. Expuso el dedo meñique de su mano izquierda durante
media hora por día al tubo de Crookes que poseía. Durante una semana no se
produjo ningún efecto y su piel permaneció intacta. Pero después de un cierto
tiempo el dedo enrojeció, se puso extrañamente sensible, hinchado y doloroso, y
dos tercios de la parte expuesta estaban afectados por una flictena que se
extendía cada día. Diecisiete días después de la exposición el dedo todavía se
veía mal, pero empezaba a mostrar una tendencia a la curación, la acción
destructiva no se había extendido más allá de la superficie y se limitaba a la
parte expuesta. El dedo vecino, menos directamente irradiado, se puso rojo y
doloroso, pero sin flictena y curó rápidamente. Para responder a las objeciones
de quienes aún no estaban seguros, Thomson repitió la experiencia con otro
dedo, pero cubriéndolo de plomo, salvo a nivel de una pequeña ventana: la
radiolesión no apareció más que en el sitio no protegido. Un resumen de sus
experimentos apareció en American X Ray Journal de noviembre de 1898.
Nikola Tesla, ingeniero electrónico, publicó en mayo de 1897
en "Electrical Review" el experimento que efectuó sobre la piel de
sus manos: constató que los efectos eran netamente atenuados si se interponía
una placa de aluminio conectada a tierra entre el tubo y la región irradiada y
atribuyó estos efectos a la electricidad estática. Elihu Thomson también opinó
que una pantalla metálica protegía de una manera eficaz, pero, como la
interposición de tal pantalla aumentaba el tiempo de exposición, se preguntaba
si habría un verdadero beneficio en tanto no se pudiera encontrar una pantalla
que separase los rayos útiles de los que eran absorbidos por la piel.
El primer estudio sistemático de los accidentes que
sobrevinieron después de 1896 figura en un destacado reporte de los médicos
franceses Oudin, Barthélemy y Darier, comunicación hecha en el 12º Congreso
Internacional de Medicina en Moscú (19 al 26 de agosto de 1897) y publicado en la France Medicale de
1898, Nº 8 a
12. Oudin, Barthélemy y Darier recolectaron en su reporte 50 accidentes
provenientes de todos los países. Incitan a trabajar con mucha prudencia, pero
señalan que el número de accidentes es mucho menor que el causado, por ejemplo,
por el cloroformo. Sus casos sólo conciernen a lesiones cutáneas, las únicas
aparentes en aquella época. Si bien estos autores tuvieron el mérito de dirigir
la atención sobre las radiolesiones, y por consiguiente poner en guardia a los
investigadores del mundo entero, no hablaron más que de lo que podían
constatar, es decir, de las alteraciones cutáneas. La acción sobre los órganos
profundos y sobre el tejido hematopoyético era completamente desconocida en
esta fecha.
Hasta la década de 1940 cientos de mujeres fueron tratadas
con rayos X para deshacerse de por vida del vello sobrante. A la vez que
aparecían diversos aparatos de rayos X para curar tejidos enfermos o
simplemente para ver el interior del cuerpo humano, (con múltiples fines, véase
Shoe-fitting fluoroscope) también se comprobaba que el vello de la zona donde
se aplicaba esta radiación, se eliminaba cayendo por sí solo. El negocio estaba
hecho, se elaboraría un tubo con las propiedades de eliminar el dichoso vello
del bigote y la barbilla, las mujeres acudirían en masa ante este invento
revolucionario y todos los centros de belleza del país primero y quizá del
mundo entero después, se harían con un tubo cornell. Albert C. Geyser creó este
tubo en 1905, su incansable estudio de los rayos X le supuso la amputación de
varios de sus dedos a consecuencia de un cáncer. Finalmente perdió su mano
derecha. A pesar de todo, Geyser siguió adelante con su invento asegurándolo
con una gran barrera de vidrio de plomo que frenaría la agresividad de esta
radiación. Vendía el tubo Cornell como un invento que permitiría a las mujeres
tener una piel “blanca, impecable y sin vello”. Su empresa Tricho Systems
consiguió en pocos años una red de salones de belleza, a los que prestó su
maravilloso invento. Las mujeres acudían interesadas en un método no doloroso,
al contrario de los ya existentes. Sus terapias consistían en unas 20 sesiones
de radiación.
1. El sistema
Tricho elimina el vello superfluo de forma permanente.
2. Sin dolor no
hay inconveniente. Los tratamientos están libres de cualquier sensación.
3. Los
tratamientos duran sólo unos pocos minutos.
4. Los
tratamientos se aplican cada dos semanas.
5. Quince
tratamientos son suficientes en la gran mayoría de los casos.
6. No aparecen
cicatrices ni otras lesiones en la piel más delicada.
7. Todos los
tratamientos son administrados por operadores instruidos personalmente por
Albert C. Geyser.
8. Avalado por
médicos y expertos en belleza.
9. Comprobado
científicamente.
10. Eliminación
permanente del vello superfluo garantizada.
http://www.monografias.com/trabajos3/radiomed/radiomed.shtml
Sin duda un tema interesante por las múltiples repercusiones que tuvo, tanto a nivel científico y médico como su uso como parte de espectáculos y atracciones. A mí me parece fascinante el trato que los rayos X tuvieron en la cultura popular. Se puede hablar largo y tendido, pero he aquí algunos apuntes divertidos: http://enarchenhologos.blogspot.com.es/2011/10/amb-raigs-x-als-ulls.html
ResponderEliminarMil gracias por el enlace ;)
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