El origen del cinturón de castidad lo podríamos hallar en lo que han llamado como base de la cultura occidental; el mundo griego. Su sentido tendría un origen mítico relacionado con el nudo de Hércules, cinturón de virginidad, hecho de lana, que debía ceñir la mujer griega al llegar a la pubertad y que solo el marido desataría en la noche de bodas. El sentido de esta prenda lleva implícito el valor masculino de la fuerza, representado en Heracles o Hércules - según la tradición latina- símbolo de la virilidad, ideal supremo en toda sociedad patriarcal. La mitología señala que Hércules tuvo que cumplir doce trabajos , para ganarse la inmortalidad. El octavo encargo fue arrebatarle a la reina de las amazonas, Hipólita, su ceñidor de oro. En tal osadía no sólo le arrebató el cinturón sino también la vida. Tras este relato debemos recordar también a las amazonas y que significaba, asimismo, ese cinturón. Sabemos que estas mujeres fueron mujeres libres y tenían sexo con hombres ocasionalmente y, para muchas, solo para procrear. Además como guerreras no solo podían caer muertas en una batalla sino también –y como pasa siempre en cualquier conflicto armado- podían ser violadas. Por lo tanto, sus ceñidores venían a ser una especie de cinturón feminista de anticoncepción y antiviolación.
Podemos leer en el mito que no solo fue un trabajo para ganarse la inmortalidad, sino fue el triunfo de la fuerza masculina, llámese poder patriarcal, sobre la fuerza femenina. No solo de su fuerza física sino también de la autodeterminación, del poder de ser y hacer lo mismo que los hombres, o sea, ser iguales.
La lectura de la antigüedad clásica en el mundo medieval a través de sus ideólogos católicos conquistó, en el cinturón, otro artilugio represor de los cuerpos, especialmente determinados para el cuerpo femenino.
La construcción del cuerpo femenino para la idea de occidente la podemos ver en la obra del enciclopedista católico Isidoro de Sevilla: Etimologías 13, en la que se refiere a que uno y otro sexo se diferencian por la fortaleza del cuerpo del varón y por la debilidad del de la mujer. Asimismo aclara, a su vez, diciendo lo contrario, el porqué de la de condición de las mujeres, señalando que se dice mulier (mujer) atendiendo al sexo y no a la corrupción de la integridad, para, posteriormente, afirmar que la mujer es pasional, por lo que quiere decir fácil de corromperse y corromper. Prosigue diciendo que la acepción que se utiliza el término mujer viene de femina ,
“que antiguamente era vira, por la misma razón, que se dice sierva, de siervo; fámula, de fámulo, así se dice vira, de viro –y para finalizar agrega que- Algunos dicen que de aquí viene el nombre virgen”. A su vez, señala que fémina “es dicha así por las partes del muslo (fémur) en las que se distingue el sexo; otros dicen que la etimología hay que buscarla en el griego ab ignea vi, de la fuerza del fuego, porque las mujeres son más concupiscentes que los hombres, y lo mismo ocurre con los animales”.
Las mujeres serían, por lo tanto, seres que tendrían una atracción “natural” hacia los bienes sensibles y, de forma especial, una inclinación a los placeres sexuales. Por tal razón, era una necesidad para la sociedad el gobierno de su cuerpo. De ahí que se planteara la idea que las mujeres estuvieran guiadas por el cuerpo y no así por la mente. Así, el alma en las mujeres -que estaba en absoluta relación con la mente- para los ideólogos misóginos de la iglesia católica tuvo por siglos dudosa existencia.
Por otro lado, entre las noticias en torno a este artilugio desde su materialidad nos hablan de que habrían sido muy utilizados por los caballeros cruzados quienes obligaban a sus mujeres a la abstención sexual mientras ellos se iban a matar moros en nombre de la religión.
El cinturón de castidad también fue conocido como “cinturón bergamasque” por que se relacionaba su procedencia con la región de Bérgamo, Italia, lo que no es para nada extraño pues bastantes buenos artistas del metal italianos del siglo XVI procedían de esta región. Es famosa la historia de un celoso italiano del siglo XV apodado el “Tirano de Padua”, cuyo nombre fue Francisco Carrara de quien se decía que era tan celoso que hacía llevar cinturón de castidad hasta a sus amantes. Uno de sus cinturones de exhibe en el Palacio Ducal de Venecia.
El uso de los cinturones de castidad también tuvo fines antimasturbatorios, tanto para mujeres como para hombres. El cinturón como herramienta antimasturbatoria se siguió utilizando hasta mediados del siglo XIX, recomendados por médicos para combatir el onanismo.
Para la inquisición, el cinturón de castidad era una herramienta de disciplinamiento que avalaba la piadosa iglesia católica, quizás la institución del llamado occidente más decidora en cuanto a curtir al cuerpo como una cárcel. En algunos conventos fue utilizado como cilicio para combatir las tentaciones de la carne. Pero, sin dudas, fueron los confesores quienes impusieron a muchas mujeres utilizarlos como penitencia. Las jovencitas fueron obligadas a usarlo para evitar que perdieran la virtud, o sea la castidad, las casadas tendrían que usarlo para conservar el honor, no de ella solamente sino también del marido. Con todo, el cinturón de castidad medieval arraigó la idea de la servidumbre sexual exclusiva femenina y la prohibición del autoplacer.
Tenemos la certeza que la simbólica que envuelve al cinturón de castidad la podemos hallar en la prenda misma del cinturón, cinto o cíngulo que es el artículo que simbólicamente utilizan los curas, monjes y monjas quienes han hecho votos de castidad. El cinto es un símbolo de la protección del propio cuerpo, implica a las virtudes “defensivas” morales de la persona haciendo una alegoría de la virginidad. De partida lleva implícito la idea de la censura de las pasiones y de los placeres sexuales.
Con todo la simbólica que envuelve al cinturón de castidad lleva consigo no solo la castidad obligatoria, sino además la prohibición del placer y del autoplacer, el control de las pasiones y la imposibilidad legal de las mujeres de decidir en cuestiones que solo debía concernirle a nosotras mismas, debido a que están en relación directa con nuestros cuerpos (no solo impuesta por las religiones sino también por los Estados). Por ejemplo, problemáticas como la despenalización del aborto en donde curas, políticos hasta los militares pueden opinar y decidir sobre el cuerpo de las mujeres menos nosotras.
La represión al cuerpo femenino internaliza a los artículos materiales de censura, como los cinturones de castidad, y los transforma en prótesis de las mentalidades. Creo que es la peor condena de todas, pues la autocensura con respecto al placer sexual femenino las ha hecho -en muchas ocasiones- falsear orgasmos y también conservar un rol pasivo (cargando estigmas como el de “románticas” alimentados por la música, como la de Arjona, entre otros, las telenovelas y los cuentos de princesas con finales “felices” y sin sexo) no solo a nivel de relaciones de parejas sino también socioculturalmente.
En síntesis, el cinturón de castidad en las mentalidades de las mujeres enclaustró el deseo, lo hizo no solo para mantener la fidelidad, el honor de los hombres sino además de imposibilitar la masturbación, o sea, del autoplacer. La mujer al simbolizar el pecado de la carne transforma al cuerpo femenino en un objeto. Por un lado, de la maldad. Por otro, de santidad. Ideal de santidad que solo se logra si se rige bajo las normas censuradoras del mismo, razón que explica que las dos últimas mujeres que el fallecido Papa Juan Pablo II diera la calidad de santas a una mujer por dejarse morir y no querer abortar cuando estaba en riesgo su vida y la del feto y, la segunda; una mujer que no se divorció nunca del marido que finalmente la mató tras años de recibir violencia de parte de su cónyuge. Así, el ideal mariano, a través de exaltación de la maternidad sería el único camino para ser “ mujeres de bien”. Pensamiento que impone el matrimonio heterosexual, el hogar y la obligatoriedad maternal como una de las formas exclusivas de realización personal femenina, junto con la vida monjil.
Cinturón de castidad.Prótesis en las mentalidades de las mujeres latinoamericanas Julia Antivilo Peña
Podemos leer en el mito que no solo fue un trabajo para ganarse la inmortalidad, sino fue el triunfo de la fuerza masculina, llámese poder patriarcal, sobre la fuerza femenina. No solo de su fuerza física sino también de la autodeterminación, del poder de ser y hacer lo mismo que los hombres, o sea, ser iguales.
La lectura de la antigüedad clásica en el mundo medieval a través de sus ideólogos católicos conquistó, en el cinturón, otro artilugio represor de los cuerpos, especialmente determinados para el cuerpo femenino.
La construcción del cuerpo femenino para la idea de occidente la podemos ver en la obra del enciclopedista católico Isidoro de Sevilla: Etimologías 13, en la que se refiere a que uno y otro sexo se diferencian por la fortaleza del cuerpo del varón y por la debilidad del de la mujer. Asimismo aclara, a su vez, diciendo lo contrario, el porqué de la de condición de las mujeres, señalando que se dice mulier (mujer) atendiendo al sexo y no a la corrupción de la integridad, para, posteriormente, afirmar que la mujer es pasional, por lo que quiere decir fácil de corromperse y corromper. Prosigue diciendo que la acepción que se utiliza el término mujer viene de femina ,
“que antiguamente era vira, por la misma razón, que se dice sierva, de siervo; fámula, de fámulo, así se dice vira, de viro –y para finalizar agrega que- Algunos dicen que de aquí viene el nombre virgen”. A su vez, señala que fémina “es dicha así por las partes del muslo (fémur) en las que se distingue el sexo; otros dicen que la etimología hay que buscarla en el griego ab ignea vi, de la fuerza del fuego, porque las mujeres son más concupiscentes que los hombres, y lo mismo ocurre con los animales”.
Las mujeres serían, por lo tanto, seres que tendrían una atracción “natural” hacia los bienes sensibles y, de forma especial, una inclinación a los placeres sexuales. Por tal razón, era una necesidad para la sociedad el gobierno de su cuerpo. De ahí que se planteara la idea que las mujeres estuvieran guiadas por el cuerpo y no así por la mente. Así, el alma en las mujeres -que estaba en absoluta relación con la mente- para los ideólogos misóginos de la iglesia católica tuvo por siglos dudosa existencia.
Por otro lado, entre las noticias en torno a este artilugio desde su materialidad nos hablan de que habrían sido muy utilizados por los caballeros cruzados quienes obligaban a sus mujeres a la abstención sexual mientras ellos se iban a matar moros en nombre de la religión.
El cinturón de castidad también fue conocido como “cinturón bergamasque” por que se relacionaba su procedencia con la región de Bérgamo, Italia, lo que no es para nada extraño pues bastantes buenos artistas del metal italianos del siglo XVI procedían de esta región. Es famosa la historia de un celoso italiano del siglo XV apodado el “Tirano de Padua”, cuyo nombre fue Francisco Carrara de quien se decía que era tan celoso que hacía llevar cinturón de castidad hasta a sus amantes. Uno de sus cinturones de exhibe en el Palacio Ducal de Venecia.
El uso de los cinturones de castidad también tuvo fines antimasturbatorios, tanto para mujeres como para hombres. El cinturón como herramienta antimasturbatoria se siguió utilizando hasta mediados del siglo XIX, recomendados por médicos para combatir el onanismo.
Para la inquisición, el cinturón de castidad era una herramienta de disciplinamiento que avalaba la piadosa iglesia católica, quizás la institución del llamado occidente más decidora en cuanto a curtir al cuerpo como una cárcel. En algunos conventos fue utilizado como cilicio para combatir las tentaciones de la carne. Pero, sin dudas, fueron los confesores quienes impusieron a muchas mujeres utilizarlos como penitencia. Las jovencitas fueron obligadas a usarlo para evitar que perdieran la virtud, o sea la castidad, las casadas tendrían que usarlo para conservar el honor, no de ella solamente sino también del marido. Con todo, el cinturón de castidad medieval arraigó la idea de la servidumbre sexual exclusiva femenina y la prohibición del autoplacer.
Tenemos la certeza que la simbólica que envuelve al cinturón de castidad la podemos hallar en la prenda misma del cinturón, cinto o cíngulo que es el artículo que simbólicamente utilizan los curas, monjes y monjas quienes han hecho votos de castidad. El cinto es un símbolo de la protección del propio cuerpo, implica a las virtudes “defensivas” morales de la persona haciendo una alegoría de la virginidad. De partida lleva implícito la idea de la censura de las pasiones y de los placeres sexuales.
Con todo la simbólica que envuelve al cinturón de castidad lleva consigo no solo la castidad obligatoria, sino además la prohibición del placer y del autoplacer, el control de las pasiones y la imposibilidad legal de las mujeres de decidir en cuestiones que solo debía concernirle a nosotras mismas, debido a que están en relación directa con nuestros cuerpos (no solo impuesta por las religiones sino también por los Estados). Por ejemplo, problemáticas como la despenalización del aborto en donde curas, políticos hasta los militares pueden opinar y decidir sobre el cuerpo de las mujeres menos nosotras.
La represión al cuerpo femenino internaliza a los artículos materiales de censura, como los cinturones de castidad, y los transforma en prótesis de las mentalidades. Creo que es la peor condena de todas, pues la autocensura con respecto al placer sexual femenino las ha hecho -en muchas ocasiones- falsear orgasmos y también conservar un rol pasivo (cargando estigmas como el de “románticas” alimentados por la música, como la de Arjona, entre otros, las telenovelas y los cuentos de princesas con finales “felices” y sin sexo) no solo a nivel de relaciones de parejas sino también socioculturalmente.
En síntesis, el cinturón de castidad en las mentalidades de las mujeres enclaustró el deseo, lo hizo no solo para mantener la fidelidad, el honor de los hombres sino además de imposibilitar la masturbación, o sea, del autoplacer. La mujer al simbolizar el pecado de la carne transforma al cuerpo femenino en un objeto. Por un lado, de la maldad. Por otro, de santidad. Ideal de santidad que solo se logra si se rige bajo las normas censuradoras del mismo, razón que explica que las dos últimas mujeres que el fallecido Papa Juan Pablo II diera la calidad de santas a una mujer por dejarse morir y no querer abortar cuando estaba en riesgo su vida y la del feto y, la segunda; una mujer que no se divorció nunca del marido que finalmente la mató tras años de recibir violencia de parte de su cónyuge. Así, el ideal mariano, a través de exaltación de la maternidad sería el único camino para ser “ mujeres de bien”. Pensamiento que impone el matrimonio heterosexual, el hogar y la obligatoriedad maternal como una de las formas exclusivas de realización personal femenina, junto con la vida monjil.
Cinturón de castidad.Prótesis en las mentalidades de las mujeres latinoamericanas Julia Antivilo Peña
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