Las creencias y prácticas acerca de los muertos tienen muchos puntos en común con las costumbres en cuanto a la realización de gestos y su significación. Con los muertos se deben marcar claramente las distancias.
Para ello, por ejemplo, se coloca una cruz en el lugar en el que falleció un accidentado. Esto sirve no sólo para cumplir con él, sino también para avisar a otros de su posible destino. No se debe violar el espacio de los muertos: la noche y el cementerio son sus ámbitos y hay que guardar un respetuoso distanciamiento ante la conjunción de ambos. Si se pisa una lápida o una tumba puede uno perder la memoria o volverse loco. El propio Día de Difuntos el muerto puede visitar su casa, lo que sirve más aún para marcar las fronteras entre lo que está permitido y lo que no. Las almas en pena pueden querer vengar atropellos o saldar cuentas pendientes. Pueden también tomar forma de animal, o bien simplemente incorpórea: en este caso, es conveniente no cerrar las puertas de golpe ni dar patadas a las piedras, por no dañar a las ánimas. Ante todo, lo que interesa es marcar las distancias, separar a los muertos. Pero también, más radicalmente, impedir su retorno con acciones propiciatorias: durante el velatorio no debe quedarse nadie dormido, pues el difunto podría entrar en él. Para impedir la aparición hay que besar los zapatos que lleva puestos a la sepultura. Los pies son tomados como clave para evitar su regreso. En los nichos se colocan con los pies por delante, para evitar que salgan. Antes aún, el cadáver se enterraba en dirección opuesta a la de su casa, para evitar su regreso. En los novenarios no se debe hacer lumbre, pues pudiera guiarlos. Los pies de la cama no deben estar orientados hacia la puerta de la habitación (evoca el "salir con los pies por delante") y además, la cama debe colocarse en sentido transversal a las vigas del techo del dormitorio.
Los refranes son un tipo de expresión cultural popular frente a la vida, y como tal muchos son los que se encargan del tema de la muerte. Algunos remiten a presagios que ya hemos visto: "soñar con dientes, muerte próxima de parientes"; "hombre muerto, mal encuentro", o " gallo que canta a sol puesto, canta a muerto", de claros orígenes evangélicos. Otros refieren a la inevitabilidad del suceso y su verdad: "a la muerte no hay cosa fuerte", "la muerte es tan cierta como la vida incierta", "en mal de muerte no hay médico que acierte". Otros se ocupan de avisar: "muerte y venta descalabran la renta" o "muerte no venga que achaque no tenga". Pero hay otro tipo de refranes, en cuanto a su contenido, que nos parecen más expresivos. Unos insisten en marcar bien las fronteras entre vivos y muertos: "quien va a un entierro y no bebe vino, el suyo viene de camino", o "ni muerte sin llanto ni boda sin canto". En ellos se invita a participar activamente en el acontecimiento, sabiéndose muy bien la función reparadora de los rituales. La separación se puede traducir severamente: " a muertos e idos, no hay amigos". E incluso de manera más sentenciosa, tanto que cura del contacto mientras, como el anterior, sirve para justificar o para reforzar una serie de cosas más mundanas: "con el que muere y se ausenta, con ése no se cuenta". Los más interesantes son aquellos en los que esa frontera implica la celebración de la vida, o al menos la dedicación a ella, dejando a los muertos en su sitio mientras a los vivos se les sitúa en otro más sensitivo y más apremiado por la necesidad: "al muerto la mortaja, al vivo la hogaza", "el muerto al hoyo y el vivo al bollo", o el que se refería a los velatorios de niños, "angelitos a la gloria y chocolate a la barriga". El mundo y las necesidades de cada uno quedan bien marcados, pero, eso sí, previo cumplimiento de lo debido a los muertos, esto es, velar, enterrar y atender su memoria.
En el caso de las frases hechas, cuando se nombra a una persona que ha fallecido, sirven como signo de reconocimiento, tanto hacia el difunto como hacia el interlocutor: tras nombrarlo por su nombre o por el grado de parentesco o afinidad con el emisor o con el oyente, un "que en paz descanse" o un "que en gloria esté", suelen ser las frases de rigor. Estas frases no son sólo signos de reconocimientos, sino llamadas al mantenimiento de las distancias entre vivos y muertos. El poder evocador de la palabra es aquí evidente. Si no se pone al muerto en su sitio y respetuosamente, éste pudiera ofenderse. Otras expresiones se utilizan cuando alguien nombra al difunto sin saber que murió. El interlocutor señala el hecho con un "ya descansó", o "se fue", "está con Dios"... incluso existen otras más irreverentes como "está comiendo tierra" o " criando malvas". Aunque no se muestre el respeto de las frases anteriores, en todas ellas se elude nombrar a la muerte. Se habla de ausencia, de reposo, pero no se nombra a la muerte.
Los refranes son un tipo de expresión cultural popular frente a la vida, y como tal muchos son los que se encargan del tema de la muerte. Algunos remiten a presagios que ya hemos visto: "soñar con dientes, muerte próxima de parientes"; "hombre muerto, mal encuentro", o " gallo que canta a sol puesto, canta a muerto", de claros orígenes evangélicos. Otros refieren a la inevitabilidad del suceso y su verdad: "a la muerte no hay cosa fuerte", "la muerte es tan cierta como la vida incierta", "en mal de muerte no hay médico que acierte". Otros se ocupan de avisar: "muerte y venta descalabran la renta" o "muerte no venga que achaque no tenga". Pero hay otro tipo de refranes, en cuanto a su contenido, que nos parecen más expresivos. Unos insisten en marcar bien las fronteras entre vivos y muertos: "quien va a un entierro y no bebe vino, el suyo viene de camino", o "ni muerte sin llanto ni boda sin canto". En ellos se invita a participar activamente en el acontecimiento, sabiéndose muy bien la función reparadora de los rituales. La separación se puede traducir severamente: " a muertos e idos, no hay amigos". E incluso de manera más sentenciosa, tanto que cura del contacto mientras, como el anterior, sirve para justificar o para reforzar una serie de cosas más mundanas: "con el que muere y se ausenta, con ése no se cuenta". Los más interesantes son aquellos en los que esa frontera implica la celebración de la vida, o al menos la dedicación a ella, dejando a los muertos en su sitio mientras a los vivos se les sitúa en otro más sensitivo y más apremiado por la necesidad: "al muerto la mortaja, al vivo la hogaza", "el muerto al hoyo y el vivo al bollo", o el que se refería a los velatorios de niños, "angelitos a la gloria y chocolate a la barriga". El mundo y las necesidades de cada uno quedan bien marcados, pero, eso sí, previo cumplimiento de lo debido a los muertos, esto es, velar, enterrar y atender su memoria.
En el caso de las frases hechas, cuando se nombra a una persona que ha fallecido, sirven como signo de reconocimiento, tanto hacia el difunto como hacia el interlocutor: tras nombrarlo por su nombre o por el grado de parentesco o afinidad con el emisor o con el oyente, un "que en paz descanse" o un "que en gloria esté", suelen ser las frases de rigor. Estas frases no son sólo signos de reconocimientos, sino llamadas al mantenimiento de las distancias entre vivos y muertos. El poder evocador de la palabra es aquí evidente. Si no se pone al muerto en su sitio y respetuosamente, éste pudiera ofenderse. Otras expresiones se utilizan cuando alguien nombra al difunto sin saber que murió. El interlocutor señala el hecho con un "ya descansó", o "se fue", "está con Dios"... incluso existen otras más irreverentes como "está comiendo tierra" o " criando malvas". Aunque no se muestre el respeto de las frases anteriores, en todas ellas se elude nombrar a la muerte. Se habla de ausencia, de reposo, pero no se nombra a la muerte.
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