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lunes, 16 de agosto de 2010

Pequeña historia del abanico



Las fuentes están de acuerdo en atribuir a los japoneses el invento del abanico plegable, al que denominan sensu, y nos hablan de dos sucesos en los que este preciado objeto parece tener su origen. Fue, al parecer, un obrero llamado Tamba, durante el año 670 de nuestra era, a quien al observar a los murciélagos y viendo el modo de plegar las alas durante su vuelo, se le ocurrió imitar sus movimientos y crear lo que acabaría convirtiéndose en el abanico plegable, que en principio denominaron Kawahori o murciélago, fabricó varios ejemplares y al ser un objeto de fácil manejo y comodidad su uso fue extendiéndose y generalizándose en oriente. Por otro lado los anales del imperio japonés hablan de que durante el año 763, el emperador admitió su uso entre sus cortesanos, mencionando que el primer abanico plegable había sido construido por Atsuori, una mujer que disfrazada de monja asistió a un monje budista durante una enfermedad, en el templo de Medido en Kyoto, curando al paciente de las calenturas que sufría refrendándole con el aire que hacía su abanico plegable de papel. Esta segunda historia prueba la difusión del invento realizado por Tamba años antes, demostrando su uso años después por Atsumori quien, con gran sentido practico, lo utilizó como remedio para las calenturas del monje budista. En Japón el abanico adquirió gran relevancia y pasó a formar parte de la indumentaria habitual de sus ciudadanos de ambos sexos. Los abanicos japoneses fueron pronto muy apreciados y sus artistas han dedicado mucha atención al diseño de abanicos; tanto para el uso interno como para su comercialización que tuvo, quizás, su momento más álgido durante el siglo XIX.

Así pues desde China y Japón comenzó a extenderse el uso del abanico, ya en todas sus variantes, primero por los imperios limítrofes y después por los que fueron surgiendo en las zonas más próximas; para desde ahí pasar a Europa a través del contacto con estos pueblos y/o con los intercambios comerciales. Su uso en Persia, la India y el resto de las culturas islámicas está documentado, a través de las creaciones artísticas, relieves y miniaturas, que han dejado prueba de ello.

Como hemos visto su presencia en el continente europeo se documenta ya dentro de las culturas griega y romana y a través de esta última seguirá propagándose aunque en principio su uso esté restringido al culto. En Egipto y en Roma el abanico tuvo un uso religioso, que continuó durante la época de los primeros cristianos, que al parecer lo usaron tanto en su vida privada como en las ceremonias sagradas. Al parecer San Jerónimo lo usó durante su retiro en el desierto de Calcis. La antigua liturgia que se encuentra en las Constituciones Apostólicas, indica que durante la celebración de los santos misterios, desde el ofertorio a la comunión, dos diáconos agitaban unos abanicos, generalmente de plumas de pavo real, para adecuar la temperatura y que no afectara el calor al oficiante, así como para espantar moscas y demás insectos de los elementos sagrados como el cáliz o el pan. La liturgia ortodoxa utilizaba también el abanico, como demuestran manuscritos y mosaicos. En las ceremonias en las que interviene el Papa se usan todavía siendo de plumas de pavo real, aunque en la antigüedad solían ser de pergamino, membrana muy fina o de hojas de palmera. La catedral de Maguncia conserva el ejemplar más antiguo que data del siglo VII, hay otro del siglo IX de la abadía de Turruns que pertenece a la colección Carrand y es de pergamino adornado con inscripciones en verso; los de pluma son semicirculares y los de pergamino circulares, la hojas están formadas por varillas a modo de radios que se cruzan. En la capilla de los Cuatros Santos Coronados de Roma hay un ejemplar rodeado de flecos datado hacia el año c 1100.

Durante la Edad Media los abanicos en Europa, seguían siendo verdaderos flabelos de plumas de pavo real, avestruz, papagayo, faisán, etc, sujetas a un mando de oro, plata, o marfil y se habían convertido en uno de los comercios mas lucrativos, desde el levante español eran exportados a Roma, Venecia y otras ciudades italianas. La catedral de Monza conserva el flabelo de la reina Teodolinda, casada en el 558 con Ontorio, rey de los Lombardos; de plumas pintadas y montadas sobre mango de metal esmaltado. También existían flabelos constituidos únicamente por dos alas de pájaro adosadas por su parte convexa.

En las cortes europeas están documentados a partir del siglo XII y los primeros debieron ser de tipo flabelum o de bandera, llegando posteriormente los plegables a través de los portugueses y el comercio que establecieron desde Goa su enclave oriental. Los retablos y miniaturas de los siglos XIII y XIV muestran damas teniendo en la mano grandes abanicos y en el inventario de Carlos V (1338-1380), rey de Francia, se cita: un abanico redondo con el mango de marfil, y en los listados de su servidumbre se incluyen: dos abanicadoras para refrescar a su majestad durante las comidas.

Gaiguieres en su obra Las bodas de Joyeuse (Museo de Rennes), dejó constancia de lo que parece ser la llegada del abanico plegable a la corte de Enrique III (1551-1589) y que al parecer, es el mismo del que nos da noticia un pasaje del panfleto de Thomas Artus contra los “favoritos” del rey titulado La isla de los hermafroditas (1605), en el que puede leerse: le colocaba en la mano derecha a Enrique III un instrumento que se doblaba y se extendía dándole un solo golpe con el dedo, dicho objeto que llamamos aquí abanico estaba hecho de vitela cortada con mucha delicadeza y tenía a su alrededor hermosos encajes, era grande pues debía servir como paraguas, para preservar del aire, que tuesta la piel y al mismo tiempo para refrescar la delicada piel, cada una de las personas que pude ver en otros salones tenía también un instrumento fabricado de la misma tela o tafetán con encajes de oro o plata semejantes al mencionado. Ya hemos visto cómo durante los siglos XIII y XIV las damas de la corte francesa conocían y usaban con asiduidad abanicos tipo flabelum que fue inicialmente conocido como espantamoscas y a los abanicos plegadizos llegados después de oriente les llamaban esventadoir, siendo Bramtone quien les dio su nombre definitivo al hablar de ellos en sus crónicas como los evantail. Pero lo que inicialmente fue un objeto exótico pasó a ser una moda gracias a la intervención de la reina Catalina de Médicis (1518-1589) quien lo incorporó a su vestuario en las grandes recepciones y actos palaciegos, alternando el abanico plegado con el circular de plumas y con el que se asemejaba a una bandera; lo que supuso su gran difusión en las cortes europeas; como demuestran la multitud de retratos de mujeres en las que vemos cómo el abanico ha pasado a ser una pieza fundamental de su vestuario.

En el resto de cortes europeas, teniendo en cuenta que tanto los españoles, ingleses, holandeses y portugueses fueron abriendo las rutas comerciales con oriente es de suponer que el abanico fuera un objeto conocido. El caso español es curioso ya que existen diversas vías de entrada, en primer lugar tenemos la vía islámica y como ejemplo de ello la arqueta de marfil conservada en la Catedral de Pamplona, fechada en el año 1005, tallada en talleres cordobeses para un hijo de Almanzor, en ella podemos distinguir unas figuras en ambiente distendido rodeados de servidores que sostienen un espantamoscas y lo que parece ser un abanico de palma. Las Crónicas mexicanas de Alvarado Tezozomoe prueban también una vía azteca ya que relatan el regalo de abanicos del emperador de México Moctezuma a Cortes cuando tuvo noticia de su desembarco; por otro lado en la obra de Vecillio Cesare Habiti antichi e moderni di tutto il mundo (1585) se publica un grabado que presenta la imagen de una Donna antica di spagna en la que aparece una mujer con un abanico en la mano; todo esto además de la existencia de retratos de reinas, infantas y damas de la corte en las que se las ve representadas con abanico. El retrato de Isabel de Inglaterra fechado en 1592, en el que aparece con abanico plegable en mano indica su existencia en la corte inglesa y las descripciones que William Shakespeare hace de abanicos en su obra Las alegres comadres de Windsor abundan en el mismo sentido.

Los que poseía Catalina de Médicis eran de todo tipo y condición, los había de tipo italiano: ovalados o de bandera, hechos de plumas de pájaros raros o especialmente singulares; solían tener una rica empuñadura que en ocasiones tenía incrustaciones de piedras preciosas y se sujetaban a la cintura por una cadena de oro o plata. Podían perfumarse para uso particular o incluso encargaba a sus perfumistas preparaciones especiales para ocasiones en las que necesitara sus efectos; conteniendo entonces efluvios exquisitos o filtros y venenos misteriosos de los que conocía el secreto y la experiencia según se dice.

Los abaniqueros franceses adquirieron fama en todas las cortes europeas y se cuenta que el pintor español Cano de Arévalo(1656.1696), se encerró un invierno en su casa dedicándose a pintar abanicos y que cuando llegó la primavera, fecha propicia para venderlos, salió de su encierro haciendo creer que llegaba de París con una colección notable; al parecer los vendió todos y fue nombrado proveedor oficial de la reina. Pero en el reinado de Luis XIV (1638-1715) el abanico llegó a su expresión llegando a convertirse en una alhaja, sus hojas se cubrieron de acuarelas realizadas por los mejores pintores del momento entre ellos Watteau, Boucher, Lancret, etc y posteriormente con pintores propios de cada época; a la vez que se enriquecieron sus varillas fabricándolas de oro, plata, marfil, nácar o carey.

Se convirtieron en instrumentos de coquetería y de pudor al ocultar detrás de ellos la curiosidad de su dueña; pues llegó incluso, a colocarse entre sus varillas, encajes y cintas unas pequeñas ventanillas por las que se podía observar con disimulo y sin temor a ser descubierta; se cuenta que Minón de Lenclós tenía uno con vidrios o lentes colocados en esas ventanillas con lo que conseguía acercar las imágenes a modo de lupa. Mme Pompadur dio su nombre a una variedad: de montaje calado, esculpido y decorado con motivos de flores o frutas. La Reina Maria Antonieta tuvo algunos ejemplares notables, al igual que algunas de sus cortesanas, como la princesa de Lamballe.

En Francia la revolución perjudicó la popularidad del abanico y la aparición, en 1807, del ridículo, pequeño bolso de toillete puesto de moda por las señoras de la época, le asestó un golpe mortal.

http://alenar.wordpress.com/2007/10/12/historia-del-abanico-ii-de-la-antiguedad-al-neoclasicismo-por-virginia-segui-collar/

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