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martes, 10 de agosto de 2010

Amuletos para caballos

La posesión de amuletos de distintas formas, materiales, colores, etc. es una práctica fundamental para combatir los diferentes males. El efecto del amuleto puede ser preservativo, conjurativo o de acción directa y curativo, pudiendo distinguirse diversos tipos como los crómicos, los odoríficos, etc. Una característica generalmente común será la forma penetrativa, capaz de rasgar el maleficio envolvente y de matar la mirada maléfica. El amuleto contra el mal de ojo debe llevarse al descubierto, los contrarios a la fascinación pueden colocarse en el interior. La diferencia entre ambos males es muy sutil por lo que, a veces, se confunden. Como se ha podido observarse une a la palabra talismán, objeto manipulado siguiendo ciertas pautas de tipo mágico. Frente al carácter pasivo del amuleto como protector contra el mal, al talismán se le supone una protección activa y, sin duda, esta doble función era cubierta por la mayoría de los colgantes usados durante la Edad Media tanto en personas como en animales.

Los caballos, cuya finalidad primordial en la Antigüedad era la carrera o la guerra, ya por su propio color tenían un significado especial, según recoge San Isidoro. Corrían en distintas estaciones del año y sus carreras se dedicaban a los cultos de diferentes dioses. Seguramente, esta vinculación a las divinidades, contribuía a que fueran objeto de especial cuidado y, es evidente, que una forma de protección y participación de energías positivas era el empleo de amuletos- talismanes que, colocados en el caballo le previenen del mal de ojo al mismo tiempo que le dan fuerza y resistencia y, en su caso, favorecen la fertilidad.

Durante la Edad Media, cristianos, musulmanes y judíos, indistintamente, los pusieron sobre los animales domésticos e incluso sobre los árboles, en cuya protección juega un papel importante el color rojo, según la costumbre romana. Entre los judíos, algunas de las divisas más usadas por los animales eran la cola de zorro o un penacho carmesí colocados entre sus ojos, pero amuletos y talismanes, aunque contuvieran inscripciones bíblicas o el nombre de Dios no podían usarse en sabat: "No se sacan los caballos con cola de zorro ni con (un adorno) brillante entre los ojos. Un caballo no debe ir con cola de zorro o con cinta carmesí entre sus ojos. Una vaca no debe ir con su bozal y los potros no con sus bolsas de pienso ni las cabras con bolsas en sus ubres. Un animal no debe salir llevando sandalias en los cascos ni amuletos aun cuando esté atestiguada (su eficacia). Esta norma no es tan estricta para los animales como para los humanos". El color rojo de estas divisas tenía, además, una función protectora adicional, ya que se creía que el rojo y el azul tenían estos valores protectores intrínsecos.

La variedad de prácticas, formas y objetos empleados en la protección del caballo es considerable. En ocasiones se colgaban de su cuello o entre sus ojos, campanillas o cascabeles que, además de ejercer función protectora y proporcionar placer musical, avisaban a los transeúntes de la proximidad de un tiro de animales. Aunque la razón no está clara, se relaciona con la frase recogida en Zacarías (14, 20): "Aquel día se hallara en los cascabeles de los caballos: Consagrado a Yahveh..." También, en algunos países como Italia, las conchas de distintos tipos de moluscos cuentan entre los amuletos que protegen al caballo y propician su fertilidad. Práctica habitual, especialmente en Gran Bretaña, era el uso de una piedra horadada, enganchada a la llave de la puerta del establo que se usaba para proteger a los caballos de los encantamientos de duendes y brujas. La creencia de que el mal de ojo, provocado especialmente por un sentimiento de envidia, recae de modo especial sobre los seres, objetos, etc. bellos y perfectos, lleva, en algunos casos, como el de los beduinos, a cortar las orejas de sus caballos. Es una especie de sacrificio de redención. Mutilan ligeramente una bestia para que no corra los peligros a los que la expondría una perfección absoluta.

Una de las figuras para pinjantes más utilizadas es la de la media luna o creciente. Los crecientes
lunares tienen dos intenciones, por un lado luchar contra el mal de ojo y, por otro, proteger frente a una especie de influencia lunar que, en la mente popular, está fuertemente asociada al mal de ojo. Por el contrario, las influencias del sol se consideraron siempre beneficiosas ya que mata a los invisibles que dejan al hombre ciego e indefenso. En las tinieblas está todo lo malo que nos rodea; el aire y los espíritus del mal; el misterioso poder de éstos no resiste la mirada luminosa del sol. Como las puntas agudas de los cuernos de coral o de azabache, sus rayos rompen las influencias maléficas. La forma de suspensión del creciente en los amuletos utilizados en seres humanos suele ser vertical, de modo que una simple anilla se fija en la parte alta, mientras que los crecientes de bronce usados por animales (asnos, caballos, vacas, etc.) se cuelgan con la cara hacia abajo, en una posición apropiada al paso de los cuadrúpedos e idéntica a la de los crecientes representados en estatuas de su divinidad protectora, Diana de Efesos.

Además, no sólo los objetos tenían este valor emblemático, sino que la propia correa que se disponía alrededor del cuello del caballo, a la que van unidos los cascabeles, crecientes, etc. suele ir forrada con piel de tejón, cuyos pelos forman un escaso fleco alrededor del borde de la piel. Este forro puede usarse para proteger al animal de la irritación pero es mucho más importante su valor de amuleto. Entre 1420 y 1425, Enrique de Villena certifica éstos y otros datos más en su Tratado de Fascinación o de Aojamiento. No menciona ninguna clase de preservativos cristianos pero sí prácticas entre los judíos y los musulmanes. Refiriéndose a estos últimos podemos leer: "Ponen eso mesmo a las bestias cuero con pelo de tasugo en el collar e cabeçadas. E traen horuz, que son nominas pequeñas en las cabeçadas e petrales de los cavalio s con ceras e figuras".


Amuletos-talismanes para caballos, en forma de creciente, en la España medieval: Mª Luisa Martín Ansón

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